Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Pero la naturaleza, por no decir que la mano de Dios, se encarga de recordarnos que vivimos en una sociedad tremendamente desigual en la que una cantidad demasiado grande de seres humanos vive en condiciones de tal pobreza que una lluvia intensa es capaz de provocar no sólo la pérdida de sus escasas pertenencias sino hasta de la misma vida. Cierto es que esa crisis institucional señalada arriba tiene mucho que ver con las deficiencias que como sociedad tenemos para encarar acertadamente el drama de la pobreza, pero no podemos seguir pasando por alto el drama cotidiano de miles de personas mientras nos enfrascamos en un debate jurídico y político sobre el colapso del sistema.

En el plano litúrgico, los católicos llevamos varias semanas en las que por medio de parábolas se nos hace reflexionar sobre nuestro papel como cristianos, nuestras obligaciones en el plano espiritual y nuestra responsabilidad para con el resto de la humanidad. Las parábolas intentan, de manera sencilla, explicarnos el sentido mismo de la vida y pienso que esto que estamos viendo ahora con las complicaciones climáticas de una intensa temporada de lluvia que llega después de meses de sequía, es una forma de la naturaleza para que nos demos cuenta de nuestra realidad, de esas condiciones básicamente injustas que prevalecen y que condenan a muchas familias, demasiadas familias en realidad, a vivir en condiciones de extrema vulnerabilidad ante los factores climáticos y naturales, simplemente como un derivado de las condiciones de pobreza.

Ciertamente es importante que no descuidemos el tema de la gobernabilidad, la búsqueda de modelos que permitan al Estado perseguir sus fines esenciales, pero no debemos actuar como las liebres que se pusieron a discutir si los animales que les perseguían para matarles eran galgos o podencos. Hoy por hoy tenemos enfrente un drama humanitario que nos recuerda cuán descuidados hemos sido respecto al tema social, a la necesidad de enfrentar seriamente las inequidades de nuestra sociedad que van mucho más allá de las diferencias naturales que hay entre los seres humanos. A cada rato se nos recuerda que no podemos ser todos iguales por esas diferencias, pero no se nos explica cómo es que ni el trabajo ni el esfuerzo permiten a familias pobres abandonar su condición de desventaja porque estructuralmente están condenadas a seguir siendo pobres.

Los que emigran a Estados Unidos son una muestra de que en un sistema de oportunidades, aún los más pobres pueden mejorar su condición, cosa que no ocurre aquí. Es triste que haga falta un chaparrón insistente y sus efectos devastadores para que recordemos que tenemos una tarea pendiente con los pobres del país.

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