Fernando Mollinedo C.

El furor de la impunidad nos avasalla cuando se presenta en sus diferentes formas de delincuencia común, organizada y gubernamental, deteriorando nuestra vida social e institucional y consumiendo nuestras posibilidades de vivir mejor.

En Guatemala existe la ley, pero no se cumple; la justicia se compra y se vende, llegando a un grado superlativo de descaro y desfachatez la forma en que muestran su ignominia los mismos gobernantes que están señalados o involucrados en actividades fuera de los órdenes legales en las que algunos participamos como espectadores o cómplices por omisión.

Los regímenes políticos que privilegiaron y privilegian las injusticias y corruptelas como mecanismos de reproducción de sus ganancias de poder y económicas, siguen tratando de penetrar en la psique social inculcándola para reproducir y justificar posteriores comportamientos. De esa forma seguiríamos caminando sin sostener con fuerza los fundamentos de civilidad y valores ante los embates de la galopante corrupción Estado-Iniciativa Privada.

Nuestra conciencia social herida por la arbitrariedad de los regímenes gobernantes que se suceden unos a otros cambiando personas, pero con el mismo ahínco de latrocinio nos muestran que “el fin justifica los medios” y por ello los gobernantes responsables de aplicar la ley y velar por su cumplimiento no impartieron ni imparten justicia, sirviendo de ejemplo y mostrando la ruta a seguir: LA DEGRADACIÓN DE LOS VALORES HUMANOS.

El GOBIERNO CORRUPTO Y ARBITRARIO estuvo y está allí, con todas sus consecuencias en la sociedad que vive su presente purulento: muertes, robos, violaciones sexuales, extorsiones, como una pesadilla que toca a la puerta de todos sin distinguir estratos económicos, sociales o religiosos. La impunidad generada por la escasa y algunas veces nula presencia del Estado trata de cubrir la desvergüenza de asumir el atropello dirigido desde el poder como normal.

La incapacidad e ignorancia que demuestran la mayoría de funcionarios y empleados públicos quienes son cebados y regordean sus cuentas bancarias frente a una población que por ignorancia y miedo reacciona justificando y profundizando la descomposición existente (Ver segunda parte del tercer párrafo del presente artículo).

“Chinga porque los de atrás vienen chingando”, es el argumento colonial y uno de los refugios psicológicos de los funcionarios y empleados de Gobierno para esconder sus propósitos de enriquecimiento ilícito acelerado, taras y todas aquellas formas maquiavélicas para el apoderamiento, sustracción y ocultamiento del dinero de la población.

“El hombre perfeccionado por la sociedad es el mejor de los animales; pero es el más terrible cuando vive sin ley ni justicia” (Aristóteles). Lo anterior nos indica que los valores de rectitud y decencia son apreciados desde la antigüedad y fueron transmitidos por generaciones en las diferentes poblaciones del mundo, entonces ¿por qué en Guatemala, la mayoría de empleados y funcionarios del Gobierno no poseen tales atributos para desempeñar sus puestos? Los gobernantes no responden ni por sí mismos.

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