Eduardo Blandón

La demanda sostenida de libros de autoayuda responde, a mi manera de ver, al deseo creciente de guía y apoyos en un mundo sin referentes.  Asimismo, es producto de un imaginario mágico que lejos de desaparecer, se acentúa, y es un salvavidas para sobrevivir en el proceloso mar en que nos toca vivir.

Por lo demás, no creo que sea un acontecimiento que hemos inaugurado en el siglo XXI.  En general, nuestra naturaleza necesita salvavidas y cada uno los encuentra donde puede.  Unos en la Biblia, otros en el dinero, algunos en adivinos, no pocos también en la ciencia.  Nuestra personalidad es especial y en el fondo somos grandes supersticiosos.

Hay sensibilidades ofendidas a causa del boom de la literatura optimista.  Les parece un signo horroroso de nuestros tiempos y expresan su ira sintiéndose especiales, al margen de la superficialidad que descubren extendida en la sociedad.  Son muy exquisitos en su imaginario, exigentes y refinados.  Por ello, muy a la manera de Ortega y Gasset, juzgan a los otros como masa inculta, ruda, mediocre y digna de cultivo.

Y, por supuesto, que hay razón para tan amargos juicios.  Hay mucha basura en ese género que además de promover un ideal fantasioso, cultiva un individualismo dañino para la salud social.  Pero ello no quiere decir que de forma maniquea combata con armas pseudo intelectuales, eso que quizá ayude a mucha gente a llevar una vida plena y auténtica.

No tengo duda, que muchos lectores de hombres o mujeres espirituales como el  Dalai Lama o Desmond Tutu, por ejemplo, sean gente con deseos de imitar actitudes consideradas prototípicas para llevar una vida serena.  Igual que hace el cristiano cuando lee los evangelios o cuando otros más sabihondos, escarban en el género biográfico en busca de claves existenciales o de superación económica.

La demanda creciente de esos libros de autoayuda no se extinguirá hasta que desaparezca el último sapiens.  O bien, cuando el poshumano sea capaz de extinguir el miedo a base de prótesis o manipulación del código genético.  Pero esa suerte de sujeto será otra cosa, no hablamos de ese primitivo del siglo XXI en busca de fórmulas para vivir casi como los dioses.

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