Luis Fernández Molina
De la Torre de Babel solo subsistieron unos montículos -zigurats- en los desiertos de Irak, sin embargo, está permanentemente en el inconsciente colectivo de la mayor parte de la humanidad. La información más conocida proviene del Génesis, pero no es la única fuente, innumerables textos se refieren a esta construcción monumental cuyo inicio y lugar exacto no se ha podido definir. Se dice que se inició poco después del diluvio universal para que la gente pudiera salvarse en caso de nueva hecatombe. Para unos era un monumento, un tributo a la petulancia humana que encontró como reacción una reprimenda divina que ponía coto a esa soberbia. En un contexto más común es casi un símbolo universal de confusión y de abandono.
La Biblia dice que «En ese entonces se hablaba un solo idioma en toda la tierra. Al emigrar al oriente, la gente encontró una llanura en la región de Sinar, y allí se asentaron.» Es claro que el grado de organización social era depurado al punto de emprender una obra de esa envergadura; tendrían alguna forma de gobierno y con el paso de los años se sintieron muy poderosos: «Un día se dijeron unos a otros: «Vamos a hacer ladrillos, y a cocerlos al fuego»». Los historiadores y antropólogos señalan al ladrillo y el adobe como uno de los hitos en el progreso de la humanidad pues facilitó las construcciones y asentamientos fijos, sobre todo en lugares donde no había piedras. Con dominio de esa técnica dijeron: ««Construyamos una ciudad con una torre que llegue hasta el cielo. De ese modo nos haremos famosos y evitaremos ser dispersados por toda la tierra».
Pero el Señor bajó para observar la ciudad y la torre que los hombres estaban construyendo, y se dijo: «Todos forman un solo pueblo y hablan un solo idioma; esto es solo el comienzo de sus obras, y todo lo que se propongan lo podrán lograr. Será mejor que bajemos a confundir su idioma, para que ya no se entiendan entre ellos mismos» y por eso «los dispersó por todo el mundo».
Si los guatemaltecos habláramos el mismo idioma seríamos poderosos, podríamos emprender las obras que nos propongamos. Lamentablemente hablamos formas muy diferentes y empieza allí la dispersión y los enfrentamientos; eso nos ha hecho débiles. Cualquier tema es propicio para que afloren los sectarismos y fanatismos; con las reformas constitucionales empezamos acalorados debates con la jurisdicción indígena, ahora se ha trasladado a un escenario mayor con la disyuntiva si debe o no haber reformas.
La confusión se ha extendido con inflamadas proclamas, casi todas infundadas y llenas de sandeces. Quien se opone a la reforma es partidario de la corrupción. Quien promueve las reformas quiere que Guatemala sea una Venezuela. Explotadores retrógrados los unos, comunistas revoltosos los otros. Con las reformas va a existir verdadera independencia judicial. Con las reformas se va a cooptar el poder judicial con los siete miembros del Consejo.
Muy pocos han leído las reformas, pero todos opinan, todos se consideran constitucionalistas consumados. Las voces de los pocos buenos comentaristas -que los hay- se pierde en el barullo y seudo expertos quienes mucho colaboran en la gran confusión con opiniones sesgadas o incompletas. A todo esto, el ciudadano de a pie, último actor de una eventual reforma -el referendo-, sigue sin entender.
Los constructores creyeron que con la Torre se iban a salvar de otro diluvio o que tocarían el cielo. Aquí creemos que con (o sin las reformas) igualmente tocaremos el cielo. Igual de ingenuos.