Ayer, Emmanuel Macron fue arrolladoramente electo en Francia como Presidente para suceder a partir de la próxima semana a Francois Hollande y derrotando a la radical conservadora Marine Le Pen que se presentó como la versión para su país del Brexit en Inglaterra o de Trump en Estados Unidos.

La victoria de Macron es importante para enviar un mensaje de racionalidad a aquellos que creen que simplemente con el buscar “rostros nuevos” fuera de la política o completamente antisistemas, será que se puedan enfrentar los problemas globales y los domésticos de cada una de las naciones.

Sin embargo, la experiencia y los ejemplos nos demuestran que el hartazgo popular ante la política tradicional permite el surgimiento de personajes “anti todo” como Trump en Estados Unidos o como pretendía Le Pen en Francia. No atinamos a encontrar una ruta sensata y cuerda para renovar la forma de hacer política sin que tenga que darse un salto al vacío como el que significa decantarse por un populismo que crece mediante prédicas de odio, racismo e insensatez.

La crisis de la política tradicional se ve en muchos países donde la mediocridad se ha empoderado, lo cual se ve reflejado en la corrupción y en el obsesivo interés de acceder al poder para ser el administrador de los beneficios de un Estado Cooptado.

La verdad es que a nivel mundial la política tiene un terrible desprestigio que ha sido generado por esas actitudes de los mismos individuos que han abusado y retorcido el poder.

Es importante que para que los temas con que se desbordan los problemas de las naciones no se vuelvan el gran detonante y las válvulas de escape de sociedades agobiadas, se haga un esfuerzo para recordar que todo el sentido de la organización del Estado es la promoción del “bien común”. De nada nos sirve generar condiciones “adecuadas de mercado” si terminan siendo el camino libre para unos pocos, pero la piedra en el cuello para la mayoría.

Hay dos ejemplos políticos que pueden utilizarse como ejemplos en países que tuvieron muy cerca la oportunidad de decidir tirar todo a un carajo. Tanto Macron con su proyecto “En Marcha” como Justin Trudeau en Canadá, han utilizado un mensaje de lógica solidaridad como objetivo final del Estado para formar una sociedad más comprometida con el bienestar de todos sus ciudadanos.

A eso deberíamos apostar los guatemaltecos también: A generar una respuesta política que sea más basada en la posibilidad de una agenda que nos integre y no la que siembre la intolerancia.

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