Francisco Cáceres Barrios
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Soy de los que me conmueven las lágrimas de un hombre en un momento de congoja o de dolor, sin embargo, no es lo mismo cuando veo que se abusa del llanto al provocarme desconfianza, lo cual me deja la impresión que lo que se busca es tomarme el pelo. Reconozco también que siempre he sido reacio a analizar problemas utilizando el poco o mucho resentimiento que pueda tener sobre alguna materia, algo fácil de encontrar en columnas de opinión en las que se desfogan las condiciones de un miembro de determinada clase social, económica o política. Por ello he creído prudente y conveniente hasta donde sea posible, descartar opiniones con sesgos o tendencias que obstruyan aplicar criterios apegados a valores y principios.
Hice las anteriores aclaraciones porque consideré oportuno traer a cuenta que si en determinado momento los habitantes de residencias situadas en sectores aledaños a la carretera a El Salvador, se vieran amenazados por los delincuentes especializados en extorsiones y, en mala hora cayeran víctimas de tan deleznables hechos delictivos, seguramente sus protestas, exigencias y reclamos de mayor seguridad, se escucharían prontamente y serían diligentemente atendidos por las autoridades responsables de llevarlo a cabo.
Tristemente ocurre todo lo contrario cuando se trata de gente de sectores pobres, quienes no cuentan más que con una tremenda falta de oportunidades, como la de arrastrar todo un cúmulo de penas y carencias. A ellos se les da la espalda. Es lo único que encuentran las clases desposeídas. ¡Ahí no llora el Presidente! porque no le provoca angustia, pena, ni la más mínima preocupación, importándole nada o muy poco las consecuencias que trae la muerte de tantos conductores de vehículos de transporte colectivo, los brochas, pasajeros y hasta la gente que por casualidad vaya pasando a la hora de cometerse tantos y repetitivos crímenes.
¿Se habrán preguntado las autoridades por qué los autobuseros pasadas las 24 horas de haber decretado en protesta un paro, salen de nuevo a las calles a prestar el servicio? Sí, efectivamente, lo hacen por necesidad. ¡Porque si no trabajan, se mueren de hambre! Misma situación que también pasan las miles de víctimas de la más espantosa guerra contra la delincuencia que, por tantos años nos ha tocado sufrir a los guatemaltecos, sin que las autoridades constituidas hayan sido capaces de diseñar ni una sola efectiva estrategia para evitarlos. ¿Eso no le dan ganas de llorar Presidente? A través del tiempo, hemos comprobado que a nuestros políticos cuando asumen un cargo público lo primero que se les olvida es que guatemaltecos somos todos, no solo aquellos de determinada divisa partidaria, de privilegiadas condiciones económicas o de mejor posición social.