René Leiva
Trece fichas de la mujer desconocida logró don José, retratos de niña a adolescente, en su incursión a la escuela, con duración de dos días, sin tener idea clara, el propósito de aquel complicado hurto en que dejó literalmente el pellejo, la ropa, la salud y tal vez su hasta entonces concepto de la vida, de su propia existencia, su lugar no laboral ni oficial o público en la sociedad. Otra vida, no necesariamente secreta o misteriosa, puede cultivarse con las mismas semillas de lo común, en el suelo mismo de lo cotidiano, atravesada por senderos que todos caminan sin saberlo. Porque tres cuartas partes de cualquier aventura están adentro, a pesar del posible exotismo y remotidad de esa otra cuarta parte, de afuera, más bien complementaria y a veces eximible, a veces pretextable, por último desechable.
Aunque dormir es reposo, depuración, tregua cerebral y mental, el soñar suele ser regurgitación y regüeldo de fragmentos mal digeridos por el subconsciente y la propia conciencia durante los lances de la vigilia. De regreso en casa, luego de un lluvioso trayecto nocturno desde la escuela con pasajes de pesadilla, don José logra medio asearse e intenta dormir, pero en su estado físico y anímico, en su mal asimilada aventura, sueño y realidad, alucinaciones y recriminaciones de integridad moral, ansias y remordimientos, configuran una rumiante historieta a cuadros espantosamente vivos, entre policiales y procesales, en que el único juez y el único difuso incriminado no puede ser otro sino él, quién más, don José.
¿No es el sueño, a veces, una excreción poética del híbrido escamoteado, un vislumbre lírico del anfibio tantas veces enterrado?
(A veces se lee como si nunca antes se hubiese leído, como si Adán abriera por primera vez el libro del Génesis, como si el cordón umbilical se enredara entre el ojo y la mirada. ¿De dónde regresar cuando se lee así, cabalmente con el camino enrollado bajo el brazo, con el calzado descalzo de andadura?)
Como Don Quijote, antes de aventurarse a una aventura don José fue, es lector, no de la andante caballería, qué va, sino de fichas de la Conservaduría General del Registro Civil (él mismo escribiente o redactor) y reseñas de famosos. En ambos, la lectura como sedimentación, motivación y trama desatinada y ciertamente novelesca para ir al encuentro de un destino hasta entonces pasivo, un destino diferidor y espectador de soslayo.
Y cierto, también, de sobra, que sólo un pobre diablo – -el individuo reflejo de esas palabras, que apenas tiene un nombre, nunca demasiado amado por una mujer- -, al tenido por tal, cuyo único patrimonio es su cuota de dignidad humana, podía sufrir percances tan poco bizarros, no obstante que el relato cuestiona por qué no podría don José ser más bien un pobre dios, un dios escaso y un tanto triste, cabalmente a imagen y semejanza de cualquier humano, de cualquier insurrecto endógeno e intramuros.
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(A cuarenta días de otro holocausto en el país de la eterna, las niñas y adolescentes del hogar, la hoguera, país donde el olvido es noche eterna y la memoria una estrella lejana y fugaz.)
(A un año del alevoso secuestro de Radio Faro Cultural.)