Adolfo Mazariegos
Es muy difícil no reparar hoy día en los acontecimientos y conflictos que tienen lugar en distintas latitudes del mundo, por muy ajenas que nos parezcan o por muy alejadas que las percibamos de nuestro entorno cotidiano. La tensión en alza entre Estados Unidos y Corea del Norte, son el mejor ejemplo de ello. El envío del portaviones estadounidense USS Carl Vinson y de una flota de buques de guerra al Mar de China, que muchos han catalogado como una acción provocativa que podría desencadenar conflictos bélicos insospechados, aunado a las constantes amenazas y pruebas de armamento por parte de Corea del Norte, se constituyen en una de las más serias y considerables inquietudes mundiales de los últimos años. El Presidente de Estados Unidos ha movido algunas piezas en el tablero de su particular juego de ajedrez, pero pareciera que al hacerlo, también ha puesto en alerta (y dispuestos) a otros jugadores que “aparentemente” están sólo a la expectativa, pero que bien podrían tomar partido en algún momento dependiendo de las circunstancias e intereses en juego, pudiendo provocar con ello, un conflicto de dimensiones globales insospechadas y a todas luces catastróficas. El patrón hegemónico del poder mundial ha cambiado en las últimas décadas, eso es innegable, pero el panorama, en tal sentido, no deja de percibirse como un escenario de zozobra y temor por lo inesperado, y –por supuesto– por una posible escalada del conflicto a nivel global. Una guerra en la península de Corea traería consigo consecuencias nefastas no sólo para los países asiáticos, sino con algún tipo de alcance (por ejemplo de tipo económico, comercial, etc.), para otros tantos, incluido el continente latinoamericano, que parecieran no tener nada qué ver en el asunto, pero que están sujetos a los vaivenes del ejercicio de las políticas internacionales de los países más poderosos. Por otro lado, algo que es conveniente considerar, asimismo, es el hecho de que un ataque militar contra Corea del Norte implicaría grandes riesgos cuyos resultados podrían ser devastadores, tanto en vidas humanas como a nivel económico, para la parte sur de la península (Corea del Sur) y, aunque desde otro ángulo, también para otros Estados del continente asiático. Pareciera que, tanto unos como otros, buscan demostrar poderío no sólo con palabras, sino también con despliegues de armamento, movilizaciones, amenazas y represalias que van en aumento aunque sea a costa de incontables vidas humanas o a pesar de las consecuencias nefastas que dichas acciones puedan traer consigo. La naturaleza humana es impredecible, no cabe duda, pero el resultado de una guerra, sea cual sea y sea quien sea el “vencedor”, siempre arroja números negativos. Todo parece indicar que los ciclos bélicos de la historia humana se repiten, independientemente de las razones que puedan aparecer como detonantes o de las verdaderas intenciones de las partes en conflicto, que, inevitablemente, siempre terminan arrastrando consigo a otros menos fuertes o con menores ventajas. Ojalá, este no llegue a ser el caso.