Adolfo Mazariegos

[…] Como comenté el lunes de la semana anterior, en este mismo espacio, todo parece indicar que la llamada democracia latinoamericana atraviesa por una seria crisis, y es innegable que, en este caso, el asunto va más allá de lo puramente teórico o inclusive retórico. En ese sentido, es importante apuntar que dicha crisis no es exclusiva de América Latina, puesto que también en otras partes del mundo se han visto fenómenos que ponen en entredicho el hecho de que la democracia, de acuerdo a la teoría vigente, sea un asunto ya consolidado y fortalecido (independientemente de dónde eso se dé). Sin embargo, por aquí y por allá, el término democracia es utilizado como caballito de batalla, tanto por políticos en ejercicio, como por aquellos que desean acceder a él, y que encuentran en su utilización una bonita forma de hablar acerca de aquello que muchas veces les es inclusive ajeno. Es evidente, además, el descontento que se ha evidenciado en distintas latitudes con respecto a “esas formas tan particulares” de poner en práctica la democracia, y que han degenerado a tal grado, que han llegado a exacerbar los sentimientos de frustración y descontento ciudadano que ponen de manifiesto, reiteradamente, el incumplimiento de las expectativas de grupos sociales cada vez más amplios y disímiles. Eso, al mismo tiempo, se constituye en un riesgo considerablemente alto y negativo, en virtud de que propicia el aparecimiento de actores políticos cuya capacidad de gobernar o ejercer cargos públicos, o cuyas intenciones personales o sectoriales van en una dirección contraria a lo que ofrecen o a lo que la población espera o necesita. ¿A que obedecen las crisis de este tipo entonces? Razones o motivos pueden haber muchos, no obstante, sería importante y necesario reflexionar, por muy contradictorio que parezca, en torno a qué tipo de democracia necesita América Latina, ¿una democracia puramente procedimental que únicamente permita elegir gobernantes cada cierto tiempo, como pareciera estar sucediendo? ¿O una en la que verdaderamente se busque el cumplimiento del concepto basado en el bien común y en el que se indica que la soberanía radica en el pueblo? Si el caso fuera el segundo, la participación ciudadana tendría que ir más allá de solamente acercarse a las urnas para votar (por ejemplo) no por un candidato, sino en contra de otro, ya que ello no solamente refleja descontento y frustración popular, sino que también demuestra desconocimiento del sistema (democrático) del cual se forma parte. Y surge aquí, por supuesto, una nueva pregunta que reviste igualmente gran importancia aunque parezca una cuestión insulsa o necia, a saber: ¿cómo se cambia esa nefasta dinámica en países como los de América Latina (y particularmente, en este caso, Guatemala), si eso va a depender de múltiples factores y de muchos intereses particulares en juego? La respuesta, a pesar de que puede llegar a ser muy obvia, puede ser también escurridiza. Sin embargo, la dejo por aquí…, por si acaso.

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