Raúl Molina
El 30 de marzo, en la Universidad de Long Island de Nueva York, abordé el tema de las reacciones de América Latina y el Caribe ante Donald Trump. En algunos países se esperaba que luego de ocho años en los cuales Obama movió fuertemente el péndulo político hacia la derecha –golpe de Estado en Honduras (2009), derrocamiento de Lugo en Paraguay (2012), desestabilización de Venezuela, triunfo de Macri en Argentina y “golpe blando” contra Rousseff en Brasil– se podría cambiar la situación con Trump. No obstante, las medidas tomadas por este tienen, como era de esperarse, un sello aún más antilatinoamericano. Afecta a la región con sus medidas generales: construcción del muro en la frontera con México; aumento de las deportaciones de inmigrantes del Sur (más del 20% de incremento de inmigrantes guatemaltecos); y claras acciones de intervención en asuntos internos. Pese a su desdén por la CIA, Trump le ha dado rienda suelta para la desestabilización de los gobiernos progresistas, comenzando con Cuba, Venezuela y Ecuador. En Cuba se insiste en crear la fuerza política de derecha en torno a algunos disidentes; se recurrió a la convocatoria a una reunión internacional en La Habana con invitados de la derecha continental. De haberse realizado, hubiera arrancado el movimiento para intentar cambiar el gobierno cubano; al negarse el permiso, se ha generado propaganda negativa contra el mismo. En Venezuela, las acciones desestabilizadoras aumentan, con la intención de que el presidente Maduro abandone el cargo. No es casual que catorce países de la región hayan solicitado en la OEA, en donde cuentan con la participación subversiva del Secretario General, que se aplique la Carta Democrática contra Venezuela; tampoco es casual que la derecha venezolana haya empantanado el diálogo con el gobierno que buscaba una solución política a la crisis generada por los sectores ricos y Estados Unidos, profundizando ahora el enfrentamiento desde el Congreso. En Ecuador, la toma de posición del imperio ha sido más encubierta pero feroz, con campañas de propaganda negra contra Lenin Moreno, el candidato de la alianza gobernante, y abundancia de fondos para apoyar al candidato de la derecha. Desde luego, continúan acciones que llevan el sello de la CIA para socavar los gobiernos de Evo Morales y Michelle Bachelet.
Guatemala no deja ninguna duda de la manera en que Trump considera a Centroamérica como su traspatio. Sigue manejando la política nacional desde su Embajada, forzando posiciones gubernamentales y votos en el Congreso plegados a sus intereses. Aprovecha la enorme vulnerabilidad del Congreso para dirigir al país por donde quiere. Al mismo tiempo, ha aumentado en 20% la cantidad de deportaciones, demostrando con ello el profundo racismo en ese país frente a nuestra población morena e hispanoparlante. Para rematar, nos llega una constante procesión de funcionarios de alto nivel para insistir en que la deleznable Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte de Centroamérica produzca resultados a cualquier costo, aun en vidas humanas. Es una etapa en que cualquier asociación con el imperio tendrá las más funestas consecuencias.