Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Luego de su respuesta al senador Patrick Leahy, respecto a si el gobierno del presidente Morales está tratando de sacar al comisionado Iván Velásquez, se puede decir que al mandatario guatemalteco le salió el tiro por la culata porque es enorme la cantidad de mensajes en las redes sociales que le dicen que, en efecto, nadie tiene el puesto comprado, ni siquiera el mismo Presidente de la República porque también él se tendría que ir si no cumple con su mandato.
Y es que justamente son los mandatos los que tienen que servir para evaluar si una persona está cumpliendo su función pública y en el caso del Comisionado tenemos que decir que se nota un desempeño acorde con lo que de su gestión se espera. Me atrevo a decir que fue su impulso lo que colocó el tema de la corrupción en el centro del debate nacional, al punto de que prácticamente todo un gobierno, el del Partido Patriota, se encuentra tras las rejas y sometido a proceso penal. Ciertamente faltan otros delincuentes de otros gobiernos para que se pueda sentir que el mandato está siendo cumplido en estricta, pero amplia búsqueda de la aplicación de la justicia, pero se espera que en un plazo no muy largo se confirme que el objetivo no es un partido político, sino la corrupción en términos generales.
En cambio, siempre he pensado que el presidente Morales no llegó a entender el mandato que emanó de las urnas cuando fue electo gobernante de Guatemala. Él se ha convencido de que lo eligieron para seguir administrando un sistema que hace agua por todos lados y que no atina a enderezar el rumbo. El Estado de Guatemala está literalmente en trapos de cucaracha y no hay forma de hacerlo eficiente sin profundizar en cambios porque hay que entender que el sistema fue moldeado por políticos que tenían los ojos puestos no en las necesidades del país y de sus habitantes, sino en las formas de amasar fortunas mediante la corrupción. Es tan grave la situación que ni Morales ni sus ministros se atreven a ejecutar nada porque saben que en el actual marco que rige a la administración pública, todos los mecanismos funcionan para facilitar la podredumbre.
Es un engaño creer que fue electo porque el slogan de no ser ni corrupto ni ladrón encandiló a los votantes guatemaltecos. La verdad es que se le eligió para rechazar las formas tradicionales de la política que estaban muy claramente encarnadas en los dos candidatos que aparecieron como punteros durante muchos meses, es decir Baldizón y Torres, quienes representaban a la perfección a esa desprestigiada clase política. En otras palabras, lo eligieron suponiendo que él no era parte del mismo grupo y porque se suponía que, al no serlo, tendría los atributos para romper con un modelo diseñado cuidadosamente para alentar el latrocinio y la impunidad.
Cuando se discute si un funcionario, de cualquier rango, cumple o no con sus funciones y deberes, la única forma de establecerlo objetivamente es tomando en cuenta su mandato. Lamentablemente creo que el Presidente Morales nunca se interesó por saber cuál era su verdadero mandato.
NOTA: Vale la pena leer el Campo Pagado de Alfonso Carrillo en esta edición.