Eduardo Villatoro
Luego, prosiguieron frases cargadas de incredulidad que no logré comprender de inmediato y no fue hasta minutos más tarde que me enteré de la causa de la desazón de mis compatriotas. Entonces entendí las demostraciones de sorpresa: La designación del nuevo Ministro de Cultura y Deportes.
No me estoy refriendo a una noticia de primerísima actualidad, por supuesto, y el caso no lo abordo hasta hoy porque asuntos privados merecen mi urgente atención. Pero no puedo pasar por alto la decisión del presidente Pérez Molina de nombrar al exfutbolista Dwigth Pezzarossi al cargo mencionado, y relacionarlo con la afortunadamente insólita conducta de la abogada Claudia Lissette Escobar Mejía, quien nos ha demostrado con claridad, vehemencia y firmeza, que en medio de la podredumbre que asquea a la mayoría de los pusilánimes guatemaltecos, se alzan figuras que con absoluta autoridad pueden afirmar que la esperanza por recuperar la dignidad de funcionarios y gobernados honestos no se ha perdido del todo y que se puede confiar en juristas que no han vendido su honor y que son capaces de anteponer su integridad a una magistratura que podría estar salpicada con gotas de un torrente de impurezas.
Respecto al puesto asignado al señor Pezzarossi, abundan las razones para no extrañarse. En primer lugar, durante los gobiernos precedentes y el actual, esa cartera ministerial ha sido la dudosamente simbólica demostración de que guatemaltecos de ascendencia indígena integran un gabinete de gobierno que le confiere ribetes de pluralismo étnico y de género, aunque sus titulares no se han distinguido, precisamente, de ser los más ilustrados, académicamente cultivados, amplios conocedores de la cultura precolombina y contemporánea, o, por lo menos, simples aficionados al ballet y rudimentarios admiradores de la marimba.
No creo que la presencia de un exjugador de futbol, que no se distinguió por sus filigranas o gambetas, según la jerga de los cronistas deportivos, participando en encuentros deportivos, en el despacho del abandonado Ministerio de Cultura y Deportes sea motivo de levantar gritos de protestas o suspiros de nostalgia, sobre todo porque es una demostración más del “nivel” de inteligencia, para utilizar una palabra propia de los instruidos asesores del mandatario, que con esa categoría intelectual con la que suelen hablarle a los castos oídos del mandatario, deslizan, empujan y arrojan su imagen pública al despeñadero, con la mejor de ansias para que dispute atributos y desdichas con mandatarios que, como su refinado antecesor Rafael Carrera, forman la galería de los presidentes más añorados por su fervor a la literatura, la plástica y otras ramas de las bellas artes.
(El educado y cortés Romualdo Tishudo también reconoce y valora la valentía y decencia cívica de las juezas Ana Vilma Díaz e Ina Leticia Girón, quienes con la magistrada Escobar, son fidedignos ejemplos de la honorabilidad y respetabilidad de la mujer guatemalteca).