René Leiva
(Escribir acerca de un libro de factura europea, quizá más de su desciframiento subjetivo que del texto mismo, mientras la patria…, mientras la patria y cuanto contiene…, mientras el pueblo sigue crucificado en los cuatro maderos del neoliberalismo y el ecoterrorismo, la corrupción y la impunidad… Mientras tenemos todos ustedes a un bufón de tercera en el papel de Presidente de sexta categoría de un gobierno ciertamente fecal. El vicio nacional, colectivo, inveterado, por la anestesia y la amnesia, en mortal mezcla de diarias dosis. ¿Tiene límites el estoicismo, el sacrificio cotidiano? La secular confusión entre ecos y voces. El necio humo de llamaradas de tusa impide ver la aurora de utilería, el alba de efectos especiales. Al cabo, escritura: huella ilegible que deja el vaho de la vida.)
*****
Con tipos como don José el mundo llevaría inexplorado rumbo aunque sin salirse de su órbita. (Pero él solo es una minúscula minoría.) Sería un rumbo mejor o no tan peor, un tanto a la antigua usanza, también romántica, de reojo o con absoluta ignorancia de la invasiva e inclemente tecnología electrónica. Para ir o llegar a la mujer desconocida, así es, se traza el camino más largo, más vertical que horizontal, con saltos en vez de simples pasos, rodeos en lugar de rectas (y muchos rictus y restos de rastros).
La irracional urgencia de realizar en días, horas, aquello que circunstancias y condicionantes exógenos hicieron postergar por al menos dos décadas, a relegar en un limbo romántico/¿erótico?/ Pasional/instintivo-biológico… Tibio envoltorio del que solo la mujer innominada, quién más, puede rescatar y, de paso, bautizar a don José.
¿Cuántos pensamientos autónomos posee o poseen a don José, esas unidades reflexivas que de pronto aparecen y lo auxilian, aconsejan y guían en determinadas eventualidades y a las que no siempre obedece por estar en desacuerdo, por ser demasiado razonables?
Por fin, ya en el despacho del director de la escuela, mojado (no necesaria o precisamente hasta los huesos, pues hay carne y piel de por medio y esta última suele ser impermeable, a Dios gracias, por cuanto aquello de que el agua, la lluvia, a alguien le caló hasta los huesos, era una licencia un tanto hiperbólica que se permitían los narradores de antaño, incluso si el protagonista, o más bien si el mojado era enjuto de carnes, es decir, flaco, magro o seco a secas), cansado y lastimado, don José lloró como humano que ciertamente es, y luego se preguntó, con matiz retórico, qué hacía él allí, como si supiera la respuesta, o más bien por ignorarla, quién sabe.
Entonces, una no digresiva sino a propósito línea, oportuna, sobre la luz estelar que no por lejana emisión deja de llegar precisamente en la noche, y a pesar de nubes y neblinas, de ventanas y cortinajes, esa poca claridad sobrante y filtrada puede germinar quién sabe qué en un ojo desvelado, en una pupila que encubre potenciales sueños despabilados. O en el propio ojo lector.