María José Cabrera Cifuentes
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La mayoría de mis contemporáneos, esos que rondamos los 30, crecieron sin saber mucho acerca del Día Internacional de la Mujer, pues no fue sino hasta alrededor de hace unos 15 años en que este tomó auge fuera de los círculos del activismo femenino y se empezó a hablar sobre este en las familias y centros educativos. Mi caso fue ligeramente distinto, además de tener padres que trabajaban por la paz y la inclusión, tuve la dicha de nacer en ese día por lo que año con año me recordaban su significado.
Quizá por esa razón desde muy niña me sentí identificada con la lucha de género, en el colegio y en mis círculos sociales me volví una especie de minifeminista quien pregonaba, lastimosamente, la inferioridad que la sociedad nos imponía frente a los hombres, tratando de convencer a todos de mis ideas. Con el correr de los años y al darme cuenta de cómo el auténtico feminismo y las “luchas” de las mujeres eran desvirtuados, mi pensamiento dio un giro de 180 grados, y me convertí en la principal enemiga de esa corriente de pensamiento.
Pasé por las aulas universitarias, incluso por mi maestría entera, peleando contra el feminismo y todos quienes lo abrazaban, en mi caso al ser egresada de una Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, eran la mayoría y me convertí así en una suerte de enemiga pública.
Una vez más, transcurrieron los años y mi propia experiencia de vida me llevó a alcanzar un punto medio. Quizá durante mi infancia magnificaba las expresiones de terceros hacia mi femineidad calificándolo todo como discriminación y posteriormente escogí cerrar los ojos ante la realidad de las mujeres y empecé a creer que ya no había ninguna lucha legítima para nosotras.
Creo que la situación de la mujer ha cambiado mucho en las últimas décadas y que muchas de esas demandas a las que me he referido ya han sido escuchadas y ganadas las luchas que nos dan la libertad para ser y hacer lo que creamos que nos realizará como seres humanos y como mujeres.
Lamentablemente el feminismo, al igual que muchas otras causas sobre las que me he referido en este espacio, se ha convertido para muchos en una forma de lucrar y eso no hace más que desvirtuarlo y hacerme rechazarlo rotundamente, tal y como este es ejercido en Guatemala. De igual forma se ha apropiado de temas como el aborto y la promoción de acciones de discriminación positiva (¡Vaya paradoja!) que me parecen acciones que sin quererlo siguen replicando nuestra autovictimización.
El auténtico feminismo no pretende aplastar a los hombres ni convertirlos en nuestros enemigos, no pretende crear situaciones especiales para nosotras y me atrevería también a decir que no pretende exaltar las luchas del cuerpo por sobre aquellas de la mente y las ideas.
Me rehuso a empezar a referirme a las personas como “todos y todas” pues me parece irrelevante. Veamos en su justa dimensión aquellas situaciones en las que las mujeres seguimos estando en desventaja, no por falta de derechos sino por una enfermedad profundamente arraigada en nuestra sociedad y que no se cambia con manifestaciones sino con educación.
A todas las mujeres en nuestro día, les deseo un pensamiento renovado, que podamos luchar por demandas legítimas y por contribuir a nuestra sociedad no con base en excepciones que nos favorezcan sino en trabajo admirable y arduo. Recordemos que somos seres hermosos e invaluables y que estas características no nos las otorga otra cosa que no sea nuestra misma esencia de seres humanos, al igual que a los hombres. Feliz día Internacional de la Mujer a cada una de mis amables lectoras, que tengamos las ganas de trabajar y la sabiduría para empezar a sacar a nuestro país del abismo en el que todos nos hemos encargado de meterlo.