Juan José Narciso Chúa
Hoy ha triunfado la impunidad; hoy sientan sus reales los que aseguran privilegios y manejo de la justicia; hoy se sienten tranquilos muchos que deberían preocuparse por una profundización del Estado de Derecho y de la justicia.
La confusión y la complicidad son extremas. El PP y el Lider, se confunden en un macabro aquelarre para asegurarse tranquilidad de hoy, mañana y pasado. El Lider actuó equivocadamente, pudo haberse convertido en el quiebre de una dinámica perversa y replantearse como un partido de mayor futuro y de dignidad, pero no, siguió en su línea oportunista y falsa. El PP, sabe bien lo que quiere, sabía bien desde el principio de su régimen, que pasaría el agua, pero se empaparía por todos los medios y que alinearía y cooptaría a todas las instancias del Estado posibles. La justicia no era la excepción.
Las élites se convirtieron en cómplices silenciosas y sin asomo de vergüenza de grupos vinculados al crimen organizado. El fin justifica los medios, se automotivan, para no sentirse mal, a pesar que uno de los miembros más activos y reconocidos de las élites acaba de pronunciar una oración que merece analizarse: “se necesita del compromiso y la reflexión de las élites del país para salir del “autismo sociológico” que impide mejorar los índices de desarrollo humano, mejorar la calidad de las instituciones y ofrecer más oportunidades a los guatemaltecos”, (El Periódico, septiembre 2014). Ojalá fuera cierto, que jueguen un papel distinto en este momento sumamente complicado y que recrea un futuro incierto y con mucha pesadumbre.
Los comisionados postuladores y los postulantes ríen callados, se frotan las manos a sabiendas de las críticas y los pataleos de la sociedad civil y los analistas, el golpe está dado. Se ha legitimado un acto a todas luces falso por principio, cooptado por intereses y sellado a la legalidad por diputados que se venden fácilmente y que se aseguran continuar en el plano político, agrandando sus fortunas mal habidas.
El binomio presidencial se rasga las vestiduras públicamente pero ríe socarronamente, al saber que cumplieron con su cometido y aseguran –según ellos-, un retiro sin brincos y disfrutando de nuevas vidas, dejando atrás un pasado en blanco, un legado inicuo, una herencia vacía de compromisos y resultados magros, pero alineados con los poderes a quienes juraron apoyar y a pesar de las adversidades, lo han hecho.
Se cierra el cerco para un país que sus propios constructores han venido erosionando; se cae el telón para una comedia del absurdo, en donde los malos son listos, son triunfantes, son exitosos a pesar de lo torcido de sus riquezas, y los buenos y decentes son tontos, son idealistas, son perdedores y además desechables para siempre.
El epílogo de una democracia sin fondo empieza a firmarse con testigos de honor que sonríen a pesar del tufo destilante de sus acciones, pero voltean la cara y le dan la espalda a la sociedad. En el fondo hay silencio, mucho silencio, dolor y frustración.