Eduardo Blandón
Para el efecto, por ejemplo, me parece que el proceso de corrupción y descaro que sufrimos ahora no es atribuible solo a los políticos que nos gobiernan o están de turno. El Partido Patriota no ha inventado el latrocinio (aunque son campeones y merecerían menciones honoríficas).
Enfoquémonos en eso que algunos llaman “período democrático” para no ir tan atrás. La apropiación indebida ya sonaba en 1986 con Vinicio Cerezo. Eran un secreto a voces las corruptelas de ese gobierno. Los medios informaban de la vida disoluta y libertina de Vinicio, sus yates y sus gastos confidenciales. Pocos habrían puesto las manos al fuego por ese Presidente socarrón que parecía disfrutar del poder para su propio beneficio.
Lo mismo sucedió en el gobierno de Álvaro Arzú. Y quizá hasta peor. En esto siempre queda la duda sobre quién es el campeón absoluto en materia de saqueo del Estado. Cada gobierno sorprende no solo por los artificios de los atracos, sino por la desvergüenza del pillaje.
Lo que sí parece seguro, es que la avidez de este gobierno tiene un “plus” que los vuelve titanes frente a cualquier competidor reciente. Y lo es por algunas razones. En primer lugar, por la sofisticación de las mañas. Note, por ejemplo, que entre la turba de estafadores hay algunos que cuentan con mucha experiencia: diputados, alcaldes y autoridades que son repitentes. Son ellos quienes han mejorado la técnica o simplemente tienen callo. Defectuelo que los ha vuelto maniáticos de la perversión y el engaño.
En segundo lugar, porque al copar las instituciones del Estado, vacían las arcas sin temor alguno. Me parece que nunca ha habido tanta conciencia de impunidad como la que existe hoy. Es esa fe en el éxito de sus empresas la que los mantiene relajados. Se nota, por ejemplo, en la risa guasónica, la prepotencia y las compras a mansalva de propiedades (según las notas de prensa), de nuestra flamante vicepresidenta.
En síntesis, hemos llegado hasta aquí porque hemos acumulado experiencia con personajes siniestros (nuestros políticos) que han traicionado el país. Como sociedad, no hemos impedido el descalabro que nos sume en la desesperación. Demasiados pasivos, muy permisivos, sin ninguna cohesión social ni compromiso para enfrentar a las ratas de caño. Piense, sin embargo, que aún no hemos tocado fondo. Lo que viene puede ser (o será) peor.