Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82

Hace un poco más de ocho años, cuando en el gobierno de Álvaro Colon y Sandra Torres se discutía la creación de los programas sociales, las mentes más conservadoras de este país se enfrascaron en que ese no era el papel del Estado y esa fue su lucha. Nunca se debatió respecto a la pobreza ni a cómo se debían crear más oportunidades, mucho menos el tema de la transparencia que, a la postre, es lo que hizo inútiles esos programas tanto en el gobierno de la UNE como en el del PP.

Unos cuantos, ante las abrumadoras evidencias de lo que la pobreza y la falta de oportunidades representa para nuestra gente, insistían que los programas sociales no eran la solución y que “estaban abiertos a debatir” para buscar otras alternativas, pero al final dejaron que los programas se echaran a andar porque los mismos no iban a tocar los problemas de fondo ni servirían de alivio momentáneo a la pobreza. Les preocupó que eran clientelares y políticos, por eso se volcaron a copar al Partido Patriota (para que ni Torres ni Baldizón ganaran), pero seguros de que la mayor tranquilidad la daba que las cosas seguirían igual.

Hoy, nueve años después las cosas siguen efectivamente igual o peor, nuestra gente sigue pobre y sin oportunidades, seguimos subsistiendo gracias a las remesas que mandan aquellos a los que, paradójicamente, se les niega de forma sistémica las oportunidades en su tierra.

Y todo esto se me agolpó en la mente cuando uno ve que esas mismas mentes son las que ahora no dicen ni pio de los vicios del sistema de justicia, y por eso es que se entiende el increíble silencio que han guardado con todo lo que a Blanca Stalling se relaciona, porque hacerlo significaría que el cambio es inevitable y eso es lo que no quieren.

La verdad es que no se desean cambios al sistema, ni al de justicia, ni al político y de financiamiento electoral, ni al de rendición de cuentas, ni al de matriz de compras y adquisiciones, ni al de servicio civil, etc., y se usó el factor del derecho indígena para encender a la base porque, además, el factor del racismo enciende hasta a los más indiferentes y si no me creen, vean el ejemplo de Trump, puesto que éste ganó al hacer despertar a una clase blanca a la que solo pensar en compartir más con las minorías les da varicela.

Eso explica por qué aquí, con las reformas a la justicia, el caballo de batalla siempre fue el derecho indígena y pusieron allí todos sus recursos para instruir a sus mandaderos, los diputados. Un dirigente dijo que le recordaba a los diputados que se debían a quienes les habían elegido, pero en realidad no se refería a los electores que van como borregos cada cuatro años a las urnas, sino a los financistas que se encargan de que a los puestos de poder de todo tipo lleguen personas que compartan esa visión de que el sistema no debe cambiar.

Más allá del derecho indígena, nunca se debatió nada al respecto y estaban felices con la inclusión de la academia porque saben que aumentan los focos de cooptación. El sistema de justicia tiene que cambiar si queremos dar paso a más oportunidades, a más inversiones sanas y a limitar la dependencia de las remesas, pero por lo visto eso no está en el radar de las mentes conservadoras y de poder.

Hace nueve años me quedé boquiabierto de ver las reacciones, y cada día me frustra saber que seguimos siendo un país que no hace nada por cambiar el sistema y el espectro de oportunidades; lo cierto es que nada ha cambiado y que aquí hay muchos que por un lado piden el cese del contrabando, pero no desean que se den los pasos clave para poder enfrentar un flagelo que está metido en la médula del sistema.

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