Sandra Xinico Batz

El lenguaje al ser un canal directo para transmitir nuestras ideas también se transforma. Adquiere nuevos conceptos y expresiones y deja en desuso a otros. Responde a códigos y símbolos que socialmente hemos validado. Es como un espejo de nuestros contextos. Las formas en que nos expresamos contienen cargas de poder, de discriminación, de intenciones.

El lenguaje implica relaciones de poder. Al hablar compartimos con las y los demás nuestra ideología, nuestras concepciones de la vida. Aprendemos mientras crecemos a cómo comunicarnos y qué comunicar. Las palabras tienen el poder de cohesionarnos, identificarnos entre unos y otros o tomar distancia, diferenciarnos.

Hemos aprendido a excluir con las palabras. La clase, la cultura, el género y las otras diferencias son determinantes en los contenidos asignados a las expresiones que utilizamos cotidianamente. Somos las personas las que les damos el sentido que tienen, las validamos y las reproducimos, por lo tanto somos las personas también las que podemos transformar nuestras formas de expresarnos.

Con el lenguaje podemos validar las desigualdades. Tenemos formas de referirnos a los demás a quienes definimos como diferentes a nosotros. El lenguaje que utilizamos al igual que la sociedad en que vivimos es racista, machista, clasista, homofóbico y el lenguaje es una herramienta de su reproducción. Las palabras que utilizamos son contundentes.

El lenguaje que utilizamos es discriminador y no hemos cesado de crear nuevas formas para ello porque socialmente son el reflejo de los problemas que no hemos resuelto. Tendemos a nombrar las cosas de otra forma, pero con la misma carga. Dejamos de usar unas palabras porque socialmente las hemos tachado como discriminadoras, pero a la vez creamos otras.

El racismo es un claro ejemplo de esto, de cómo a través del lenguaje, construimos muros entre nosotros y los otros. Nos interesa que esos muros sean altos y anchos, que nos distancien bien, porque nos interesa sobre todo diferencien porque no somos iguales. Actualmente escuchar a alguien referirse a otro como indio o india, por ejemplo, puede sonarnos mal, quizá hasta incomodarnos, pero lo reducimos a como suena, al lenguaje, pero no relacionando este directamente con nuestras prácticas que son producto de lo que vivimos y de cómo nos hemos formado. Utilizamos el lenguaje mismo para solapar nuestras actitudes racistas.

Hay palabras que (ahora) identificamos como racistas (indio(a), indito(a)s, shumo(a)s), pero también hay otras que aunque no son tan claras en su carga lo son igual de racistas como nombrar “chino(a)” a las personas que atienden las tiendas o que venden en las calles, como un forma cruel de despersonalizar y generalizarlos por sus rasgos físicos. ¿Qué tiene que ver el término “chino” con los indígenas? Que la mayoría de las personas que ejercen el oficio de vender en calles y tiendas son indígenas con características físicas que al parecer siguen determinando la forma en que nos tratan como por ejemplo: no llamarnos por nuestros nombres. Puede que no lo hayamos visto antes así, pero de eso se trata, de que lo vemos tal cual es.

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