Luis Fernández Molina

En edición de la semana pasada del matutino Prensa Libre aparece como encabezado de nota: “Solo piden una oportunidad”. Las fotos muestran grandes colas de personas, la mayoría jóvenes, que asistieron al evento organizado por Amcham, como un esfuerzo más para obtener una plaza. ¿Cuántos otros intentos habrán realizado con anterioridad? ¿Cuántos sacrificios? ¿Cuánta expectativa? Muchos otros habrán quedado en su casa sumergidos en una noche larga en que no llega la aurora, hartos de consultar en la sección de empleos y gestionar con familiares y amigos con los mismos resultados negativos: ¿Sabés de algún chance? Ahora bien ¿Para qué ir? Convencidos de que solo será otra vana esperanza en su afanosa búsqueda de algo muy simple y elemental: un trabajo.

Piden un trabajo, en primer lugar, como medio de vida. La necesidad de subsistencia. Pagar los alimentos, la vivienda, los servicios básicos, el aseo personal, las mínimas comodidades, los gastos de los hijos, su educación, traslados, el celular, etc. etc. La lista no termina y aumenta la angustia viendo cómo se agotan las reservas sin posibilidades de recuperación. Los pequeños ahorros se acaban. Aun los combos familiares -ahora necesarios- tienen límites.

También el trabajo como un medio de realización, de sentirse útiles, de desarrollarse como seres humanos. ¿Para qué estudié bachillerato? ¿Para qué salí de perito? ¿Para qué estudios universitarios? El trabajo, asimismo, como un medio para presumir. ¡Qué topado soy en lo que hago! Tanto joven que todos los meses sale al mercado en busca de un puesto cargado de entusiasmo. Cuánto estudiante egresado ansía poner en práctica los conocimientos arduamente adquiridos. Pero nada. Frustración, impotencia, abatimiento.

El trabajo, además, como una barrera a la delincuencia, más efectiva que las patrullas combinadas del Ejército y Policía. Más auténtica que las penas impuestas por los tribunales. Más policías y condenas nunca serán suficientes, no se reducirá la delincuencia si no se generan trabajos dignos. El trabajo como disuasivo para aquellos desesperados por obtener un ingreso a como dé lugar. Deben comer después de todo y si en el mercado se topan con una dura pared, se verán compelidos a usar los caminos torcidos y si esos atajos les parecen “fáciles” tomarán entonces aviada y cada vez se hundirán, aún los de buen corazón. Es la dura miseria.

Muchos habrán leído el artículo en cuestión, pero estoy seguro que la mayoría habrá pasado los dedos como una nota más sin detenerse en la profundidad. ¡No es mi problema! Nuestra triste realidad, el que tenga problemas que se joda. El paciente del IGSS y de los hospitales nacionales; el que necesita medicinas urgentemente o hemodiálisis; quien no tiene su DPI ni pasaporte; quien tuvo accidente de tránsito; el que guarda prisión provisional; a quien le robaron su carro; a quien le falsificaron la firma; quienes sufren los bloqueos de carreteras. Como no soy yo ¡qué importa!

Sin embargo, el tema del desempleo es muy serio y debe preocuparnos a todos los guatemaltecos. El empleo no lo va a proporcionar el Estado. Tampoco las ferias de empleo, a pesar de sus buenas intenciones. El empleo solamente lo van a proporcionar los empresarios. ¿Dónde están los empresarios ahora que los necesitamos?

Se debe apoyar al empresario ¿Cómo? En primer lugar, brindando certeza jurídica (buenos jueces), emitiendo leyes congruentes (Congreso) e interfiriendo lo menos posible y evitando los trámites absurdos (administración pública). Destacan las leyes laborales, administrativas y fiscales que parecen en las que legisladores, burócratas y jueces parecen tener en la mira a los empresarios cual especie que debe extinguirse. Los hostigan. Con esa visión no vamos a generar empleos. (Continuará).

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