Adolfo Mazariegos

El pasado 31 de diciembre, mientras observaba la algarabía de la medianoche, la pirotecnia y el júbilo que suele acompañar la celebración con la que despedimos un año y recibimos otro, reparé en dos jovencitas que, maleta en mano (pasaron frente a donde yo estaba) caminaban recorriendo la calle cercana a su residencia, emocionadas, sonriendo, y visiblemente entusiasmadas. Me emocioné con ellas sin conocerlas, y deseé de todo corazón que el 2017 les trajera todo lo que evidentemente esperaban. En ese momento, para mí, ellas representaban las ilusiones y esperanzas de toda Guatemala. Al mismo tiempo, mientras observaba aquella simbólica escena, no pude dejar de pensar en algunas personas que tuve la fortuna de conocer durante el 2016 (y otras que por supuesto ya conocía de antes) cuya celebración de fin de año, estoy seguro, fue muy distinta (pero ojalá igualmente emocionante y alegre): recordé, por ejemplo, al grupo de niños y niñas de la Aldea Panabajal, en Chimaltenango, con quienes compartí momentos formidables y con quienes disfruté la más deliciosa bolsa de frituras de maíz y el vaso de agua gaseosa que me brindaron con la mayor amabilidad del mundo; recordé a mi amiga Dorita, y a mi amigo Leonel de San Juan Comalapa, a quien tengo en muy alta estima y con quien tengo ya varias tazas de café pendientes; recordé la cara de sorpresa del niño que se acercó a mi mesa en una pizzería para ofrecerme lustrar mis zapatos y a quien mis compañeros y yo invitamos a compartir la pizza ese día; recordé las risas y las palabras de aquél grupo de niños que, en una aldea de Acatenango me dijeron: “juguemos una chamusca pues, y si su equipo pierde, usté invita a las aguas” (de más está decir que mi equipo perdió, pero que gané unos fabulosos amigos); recordé al maestro Chalí, que a pesar de haber sido atropellado por un motorista irresponsable y abusivo, se levantó sin darle importancia al incidente diciendo “estoy bien, no pasó a más, eso es lo que importa”; recordé tantos momentos y a tantas personas en unos cuantos segundos que no pude menos que sentirme agradecido. El inicio de un nuevo año sin duda nos trae toda clase de recuerdos y nos trae también (por lo menos a mí) ese sentimiento de agradecimiento por las experiencias vividas, por la vida, por la amistad, por la familia, por el descanso de los que ya se fueron, por…, por tantas pequeñas cosas y vivencias en las que muchas veces no reparamos pero que están allí, ayudando a construir el edificio de toda una vida, el edificio de nuestra vida. Por ello, ojalá que durante el 2017 también tengamos en nuestra vida momentos para compartir, para recordar, para soñar, para luchar, para crecer, para aprender…, pero sobre todo, que tengamos un momento para agradecer.

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