María José Cabrera Cifuentes
Mjcabreracifuentes@gmail.com

Tras cerca de una década de arduas negociaciones y de poner a prueba la voluntad de los bandos que se habían enfrentado durante el cruento Conflicto Armado en nuestro país, el 29 de diciembre de 1996 se firmó el Acuerdo de Paz Firme y Duradera que pondría fin a este enfrentamiento.

El Acuerdo contenía una serie de mecanismos para asegurar que la paulatina reconciliación fuera una realidad, por supuesto quedaron muchos vacíos que no permitieron que ello llegara a concretarse. Después de 20 años de haber dejado las armas y de habernos convertido en un pueblo en paz, lo único que ha cambiado son los mecanismos para hacer la guerra, pero el odio, el rencor y la búsqueda de la supremacía ideológica siguen predominando.

A pesar de haber sido el resultado del trabajo arduo de personas comprometidas con su país, entre ellos mis padres, el Acuerdo de Paz no llegó a dar respuesta a la razón para la que fue creado. Es lamentable seguir viendo como después de dos décadas los avances han sido mínimos, y el mismo sentimiento que movía a los grupos a actuar mutuamente en contra y en perjuicio de la población civil sigue prevaleciendo.

Sin lugar a dudas, tras su firma, la paz se ha convertido en una forma de acumular riqueza con la que muchos (y muchas) de ambos bandos han lucrado y han vuelto ya su negocio y su forma de vida. La rentabilidad de esta industria no puede ponerse en duda y hasta el día en que esto pueda dejar de ser una realidad, quizá nos encaminemos a recuperar el sentido de la paz.

La historia se ha encargado de acentuar el odio que continúa, perdonando a unos y acusando a otros. En los centros educativos y otros entes encargados de formar la opinión siguen contándoles a los niños el cuento de que fueron unos los que cometieron más del 90% de los crímenes, y que los otros, por no haber tenido la capacidad de igualarlos, son las víctimas y no recae sobre ellos culpa alguna. Este desbalance e incapacidad de ver y transmitir la historia en su justa dimensión, ayuda a reproducir una historia sesgada que promueve el rencor y el enfrentamiento en frío.

Veinte años han transcurrido ya de esa histórica noche de diciembre del 96, los pocos avances que se han logrado me dejan con un sentimiento de tristeza e impotencia. Algunos pensaron quizá que firmar el Acuerdo sería mágico y no se necesitaría mucho esfuerzo para alcanzar la paz. Pero como usted y yo sabemos, la paz no es producto de la firma de un papel, por lo que debemos construirla todos juntos, hombro con hombro, no importa cuán distinta sea nuestra realidad y nuestro pensamiento.

Comprometámonos a no permitir que esa llamita tenue y débil que perpetuamente permanece encendida tras el Monumento a La Paz en el Palacio Nacional, se apague sino que hagamos todos que refulja y así ilumine el andar de las futuras generaciones hacia la paz, el amor y la concordia.

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