Eduardo Blandón
Se cuenta que Jesús los llevó al monte, a sus escogidos, no a todos, y se dio lo que llaman “la transfiguración”. Algo vieron los apóstoles que quedaron embelesados, atónitos y llenos de contento. Tanto que no querían regresar a los afanes cotidianos, la aburrida vida. Tuvo el buen Jesús que obligarlos a volver, motivándolos para seguir y cumplir lo prescrito.
Es exactamente lo que nos ocurre cuando nos toca retomar las actividades diarias, luego de la emoción de los días. Nos dan ganas de quedarnos enganchados en los feriados, en seguir la parranda o simplemente en dormir un poco más. Los feriados son nuestra experiencia “transfiguracional”. Y no cabe duda que le preguntamos al Verbo encarnado, “¿Por qué no hacemos unas chozas y nos quedamos (tranquilos) a dormir?”, sin ánimo alguno de seguir con el brete de los días.
Pero claro, ya se sabe, la transfiguración no deja de ser una visión fantasmal, una fantasía que nos aleja de la realidad por momentos. Es un espacio como de ficción, una película de ciento veinte minutos, que nos hace olvidar las inclemencias del tiempo. Digamos que el buen Jesús se da licencia para suavizar el tormento de los días, esos largos períodos que nos agobian, para hacer más llevaderos los fardos pesados de la existencia.
Pero igual que en tiempos de Jesús, no todos tienen la dicha de ser escogidos para aislarse un poco y ver el resplandor. Hay obreros que nunca conocen la luz del sol. Los empleados esclavizados por condiciones que los vuelve animales de carga. Esos a quienes se les regatea el feriado a base de prédica de éxito, rendimiento, eficacia o simplemente porque es necesario ser productivos. Cuando no, por egoísmo, porque el patrón no conoce sino la explotación.
De esos desdichados hay muchos. Se les ve en las gasolineras, supermercados, maquilas y en industrias apuradas por entregar productos. Obreros con trabajo de baja remuneración y sin reconocimiento de horas extras o beneficios cuando se trata de días festivos. Total, el empleado debe estar contento (dicen sus patronos), por tener “la bendición del trabajo”.
La transfiguración es irrepetible. Lo que sí puede imitarse es la concesión de momentos no celestes o milagrosos, extraordinarios, sino terrenos, muy profanos. Espacios para recobrar fuerzas, para la oración, para la familia. Oportunidad para hacer lo que a veces no permite el trajín: la lectura, el ejercicio, la celebración con los amigos o simplemente la extensión de horas de sueño. Qué linda sería la vida.