Francisco Cáceres Barrios
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Triste es reconocer que de un tiempo a esta parte en Guatemala “la vida no vale nada”, expresión que antes se refería a una población mexicana, ante el hecho de que nuestras autoridades siguen sin hacer nada por establecer una política pública que hace rato debió haberse establecido para prevenir accidentes y por ello, en el momento menos pensado, cualquiera pueda perderla impunemente. Los accidentes de tránsito son cada día más aparatosos y según las informaciones emanadas de las mismas autoridades van en incremento.

La semana pasada un matutino publicó que el Departamento de Tránsito de la Policía Nacional (el que aunque usted no lo crea todavía existe) que durante el año 2016 ocurrieron seis mil 740 accidentes viales en el país, de los cuales el 21 por ciento fueron protagonizados por autobuses urbanos y extraurbanos, esto significa que en apenas once meses, ocurrieron un promedio de 613 accidentes, lo cual da como resultado 20 diarios. Como que si hubo en igual período 1 mil 708 fallecidos, el promedio es de 5 por día.

¿Increíble verdad? Pero llama más la atención percatarnos que nadie, así como se lee ¡nadie! Mueve un dedo para hacer una campaña preventiva de accidentes que dirigida a los propietarios de vehículos, a sus choferes y a sus usuarios les advierta los riesgos que corren si no impiden de alguna manera la violación de las normas para evitarlos o al menos advertidos de no utilizar aquellas unidades que, a la vista de medio mundo, son verdaderos ataúdes rodantes.

Si el amable lector se toma la molestia de ver con detenimiento las fotografías divulgadas por los medios de comunicación del accidente ocurrido en la aldea El Tablón, Villa Canales, en donde un autobús de los “Transportes Aurora”, provocó la muerte de una persona y 39 quedaron heridos, aduciendo haberse quedado sin frenos, quedó con las llantas para arriba, lo que ahora permite comprobar fácilmente que estaban lisas, una razón más que pudo ocasionar el fatal accidente.

¿Pero quién vela que los choferes no quebranten los límites de velocidad y quién controla en algún sitio determinado que las partes de la unidad (frenos, caja de cambios, sistema hidráulico, dirección, etc.) están en buenas condiciones de funcionamiento? Aquí cabe la misma respuesta ¡Nadie! De esa cuenta, está por demás que recientemente el Congreso haya emitido una disposición legal para obligar a instalar mecanismos para regular la velocidad de los vehículos que, si no hay quien compruebe que están funcionando, los choferes, con el tácito consentimiento de sus propietarios o viceversa seguirán haciendo lo que les da la gana, causando con ello cifras de víctimas más dramáticas todavía.

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