María José Cabrera Cifuentes
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El pasado 6 de diciembre, el distinguido columnista Francisco Cáceres Barrios publicó en este mismo medio un artículo titulado ¿Quién está detrás de legalizar el cultivo de marihuana? En el que exponía la medida como una aberración y prácticamente una locura. Sin afán de contradecir al Señor Cáceres y enfatizando en que respeto su opinión y su libertad de expresarse, me permito en las siguientes líneas presentar mi disenso.
La legalización de la marihuana, al igual que de otras sustancias psicotrópicas, es al contrario de lo que se cree una medida bastante acertada. Al estar probado que la prohibición no tiene incidencia alguna en la disuasión de la producción y el consumo, el tomar las riendas del problema y ser precisamente el Estado el ente regulador, ayudaría a reducir riesgos que la narcoactividad implica.
Si bien es cierto, que el consumo de narcóticos representa en diversas formas un flagelo para la sociedad, la famosa guerra contra las drogas instaurada desde hace cerca de medio siglo continúa probándose ser una batalla perdida. A través de la prohibición se ha logrado únicamente construir un aplastante mercado negro que se ha constituido en un sanguinario gigante que se aprovecha de la inacción de los países para hacerse invencible a costa de todo y de todos.
El problema de las drogas debe abordarse desde una perspectiva de salud pública, al contrario de lo que hasta el día de hoy se ha hecho al enfocarlo únicamente desde la seguridad. Si bien la inseguridad es hasta cierto punto una consecuencia de la narcoactividad, es precisamente el adicto, que debe ser visto como un enfermo, el punto de partida para la replicación del ciclo de este ciclo.
Al contrario de lo que plantea el señor Cáceres, en los países en los que la marihuana ha sido despenalizada y regulada, se ha probado que la medida es todo un éxito. Las cárceles se han vaciado de personas que purgaban penas relacionadas a la producción, comercio, posesión y consumo de esta sustancia, permitiendo así hacer eficientes sus sistemas carcelarios. Por otra parte, ha resultado beneficioso para el Estado al obtener recursos adicionales que pueden ser empleados precisamente para el combate del mismo flagelo desde una perspectiva distinta a la lucha frontal.
Continuar con la prohibición de la marihuana es seguir, como se diría coloquialmente, haciéndonos los locos y pretendiendo que un mal que a todas luces existe, por el solo hecho de ser ilegal, desaparece. Pongo el claro ejemplo del parque central, por el que camino con frecuencia y en el que no es raro encontrar a decenas de individuos consumiendo y vendiendo la sustancia en discordia. Muchas veces incluso delante de las narices de la policía quienes no toma acción alguna, pues es un hecho tan común que ya ni siquiera se cuestiona.
Siendo honestos, la demanda de las drogas seguirá siendo constante aunque la oferta sea limitada o más acertadamente, prohibida. La regulación de la marihuana no haría más que darle las herramientas al Estado para poder controlarla desde algunos puntos importantes. En primer lugar, recaudando los impuestos sobre la venta de la misma, con lo que podrían enfocarse en la prevención, llevando a cabo intensas campañas de educación y concientización, el tratamiento de los enfermos y la mitigación de los daños ocasionados por el consumo de la misma.
A todas luces, la legalización de la marihuana no es la solución al narcotráfico. Sin embargo, representa un punto de partida para el cuestionamiento de la legalización de otras sustancias que son las que verdaderamente nos tienen sumidos en la cultura de miedo y violencia en la que hoy vivimos. Hay que tomar en cuenta siempre el papel de país de tránsito que juega Guatemala en el ciclo infernal de la narcoactividad para plantear las soluciones más ad hoc. Este tema es fundamental y debe ser pensado no como una locura, sino como uno que ha de ser resuelto sin falta para dar un viraje al curso de nuestro país.
Abordar este tema es delicado y requeriría seguramente todas las páginas de este vespertino para poder plasmar todas las ideas y argumentos que, según mi criterio, respaldan a la despenalización. Sin duda el debate es siempre enriquecedor y constructivo por lo que agradezco al señor Cáceres Barrios la publicación de su columna, pues traer a la palestra temas de inminente interés nacional es la tarea de los que tenemos cierta incidencia en la construcción de la opinión pública.