René Leiva
Un desconocido, don José, por vez primera enfrentado a su (no a el) destino, cree decidir, casi de golpe, con reflexión paticoja, con prudencia tuerta, ir en busca de una mujer desconocida cuyo nombre y lacónicos datos, en dos líneas, aparecen en una ficha, entre miles, de la Conservaduría General del Registro Civil, donde él es eficiente escribiente. Don José, un solitario soltero de la edad de Don Quijote, coleccionista de celebridades mediáticas en vez de caballería andante, tiene poco o nada que perder en el vislumbre de una incipiente aventura que todavía no es tal.
Si esa ficha estuvo perdida en el ordenado archivo junto a muchas otras, ya a la vista de don José, así fuese por extraña casualidad, adquiere importancia trascendental, un interés casi metafísico, la atracción del abismo tan temido y perseguido.
(Todo nombre es un seudónimo; el homónimo de algo ignorado; el antónimo de lo otro y los otros; el parónimo de su sombra impronunciable; el sinónimo de la nada… Anónimo, de preferencia, como regalo del destino.)
Una obsesión estéril la de don José pero, vaya paradoja, por eso mismo fértil para cosechar una endógena historia de amor detenida en brotes de madurado desvelo.
A falta de epopeyas y odiseas que protagonizar, de conspiraciones y sediciones que urdir, porque se es de natural apacible y sumiso, adaptado y parte funcional u orgánica del sistema social… queda el recurso en desuso o mesurada práctica subjetiva de la imaginación, atrevida y traviesa, de iluminados pero secretos horizontes, ascética en sus libertinos excesos, sensata en su programada locura… Sin imaginación no hay aventura ni descubrimiento ni invención; sabido es desde que la materia (de apariencia) inerte decidióse adquirir vida de naturaleza biológica… Imaginación, madre de cosmogonías y de apocalipsis… Más que la loca de la casa, la casa misma, su eco, sus ecos inextinguibles.
A falta de ser el héroe de una gesta de eterna memoria, porque se nace y se vive en una sociedad de institucionalizado orden, queda el recurso de protagonizar una épica de lo sutil, del gesto apenas insinuante, de la mirada velada, de la frase concisa, de la alusión circunspecta, del disimulo abstraído… Así, el héroe, entonces, debe moverse por ese mundo establecido con el tiento del ciego para reconocer lo conocido y tantear el terreno rutinario… ¿Quién no se siente perdido si abre mucho los ojos?
Si lo razonable cede su fuero y espacio a lo imaginable se da el primer paso a la aventura; la aventura de la razón en el terreno y el horizonte de la imaginación; y, en la andadura, a la inversa, por qué no.
El desafío de la aventura, el acertijo de la aventura, el misterio de la aventura, el palíndromo de la aventura, el crucigrama de la aventura, la redención de la aventura, la magia de la aventura, las profecías de la aventura, la desenajenación de la aventura, paleografía y palingenesia de la aventura. Sus puntos en suspenso.