Juan Francisco Reyes López
jfrlguate@yahoo.com

Durante más de un año de campaña electoral, el hoy electo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, triste y lastimosamente sembró la división entre la ciudadanía norteamericana. Sin comprender las implicaciones que sus palabras conllevaban, expresó que los inmigrantes mexicanos eran indeseables porque implicaban tráfico de drogas, delincuentes de todo tipo, incluyendo asesinos.

También manifestó que impediría la inmigración de personas que profesaran la religión mahometana y que construiría un muro alrededor de toda la frontera con México, el cual haría que lo pagaran los mexicanos.

Para congraciarse con la clase media obrera del norte de Estados Unidos, señaló que modificaría o denunciaría los tratados de libre comercio, para así hacer que las industrias que se hubieran radicado en otros países se vieran obligadas a regresar al norte de los Estados Unidos y generar de nuevo fuentes de trabajo en la industria automotriz y de otro tipo de metalmecánica. Todo ello fue lo que le permitió obtener la afluencia de votantes en muchos estados a su favor.

Esas promesas públicas no podrá ignorarlas y a su vez las mismas hacen que las grandes minorías que representan los latinoamericanos, los norteafricanos y otros más, también hayan despertado y se sientan enormemente amenazados, lo cual no se resuelve con un discurso, donde diga que como presidente buscará la unión de todos los republicanos, demócratas e independientes de su país.

Destruir el tejido social de un pueblo es fácil; por el contrario, construirlo es algo que lleva muchos años. Por cuanto, el tejido social es como una telaraña con hilos aparentemente muy finos, pero también sumamente eficientes para ir logrando la unión de quienes integran la sociedad, la cual en este caso está compuesta por millones de inmigrantes que provinieron a través de muchos años de todo el mundo, hasta la esposa de Donald Trump es una inmigrante y no puede comparársele en su conocimiento y en su preparación con la esposa de Barack Obama.

“La unión hace la fuerza”. Ningún presidente en la historia de los Estados Unidos ha fomentado la desunión tanto, como lo ha hecho en su discurso como candidato presidencial Donald Trump.

Lo que sembró lo cosechará durante cuatro años, y tristemente el país más poderoso, en este momento del mundo, está y continuará socialmente fraccionado.

Felicitaciones y halagos los puede recibir de todos los presidentes del mundo, pero ellos son solo formalismos, como se dice, son palabras del diente al labio.

El mismo partido republicano en su seno quedó totalmente agrietado, son numerosos los gobernadores, los senadores y los diputados que manifestaron no respaldar a Donald Trump, y cada propuesta que él haga como presidente tendrá que convencer tanto a los republicanos como a los demócratas.

Distinto es ser un empresario, correr riesgos, ser agresivo, inflar y desinflar empresas, que ser un político que logre sortear los caminos que le permitan gobernar.

Independientemente de haber quedado electo, las encuestas señalan que Trump no tiene la confianza de la gran mayoría de los ciudadanos incluyendo los que votaron por él. Adicionalmente, habrá que ver quiénes integran su Gabinete, deberá hacer milagros para que haya gente políticamente preparada.

¡Guatemala es primero!

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