Sandra Xinico Batz
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No es ningún secreto que diariamente cientos de vendedores ambulantes son acosados y denigrados por la policía municipal, que actúa bajo las órdenes del alcalde capitalino Álvaro Arzú. Viví durante 14 años en la ciudad, conozco su desigualdad, su racismo, su colonial forma de pensarla, de quererla: limpia de pobres e indios.
Escuché de la propia boca de uno de los inversionistas del proyecto de “Revitalización del Centro Histórico” que querían convertir la Sexta Avenida de la zona 1 en un “pequeño París”, “sentarse en la avenida y tomar un café como en Europa”, todo esto dicho durante un conversatorio en un colegio de la zona 15, mientras adolescentes contaban su testimonio sobre su aventura al trabajar durante sus vacaciones en el Centro Comercial Miraflores, lo cual aseguraban, cambió sus vidas, trabajar entre gente pobre en lugar de viajar al extranjero como cada año. Esta es Guatemala (que dice que todos somos iguales).
10 de noviembre, la Sexta Avenida es un campo de batalla (una vez más). La rabia acumulada de que destruyan tu dignidad, tu fuente (única) de trabajo, que tiren al piso tus ventas (tu “capital”), que las destrocen con saña: explota. Las fotografías muestran mujeres indígenas haciendo frente a los antimotines municipales ¿? (¿policía municipal antimotín?) que son tan pobres como nosotros pero están del otro lado, de quien les da de comer. Si no comes mueres. Es perverso pensar que alguien “libremente” en este país decide ser un “vendedor informal”, lo que significaría que feliz y legalmente aceptes que no existes, que no tienes derecho a ningún derecho, que eres marginal.
Según la Encuesta Nacional de Empleo e Ingresos 1-2016 (del INEI), “a nivel nacional se estima que el 69.8% de las personas trabajan en el sector informal”. No hay oportunidades. No es victimización, es realidad y se llama desempleo. Se busca sobrevivir, estudiar, aunque estudiar ya no garantice un futuro más “cómodo”.
El conflicto armado interno hizo que cientos de personas migraran a la ciudad. Constantemente en los pueblos nos bombardean la idea que ir a la ciudad y formarse nos dará un futuro diferente, pues ya no venderemos nuestra mano de obra, sino que nuestra fuerza de trabajo será “intelectual” y hasta ahora no poseemos medios de producción. El racismo nos obliga a abandonar nuestras comunidades, porque allí el consumismo no es el eje de la vida y lo comunitario sigue teniendo sentido porque es el alimento de la vida misma.
La violencia no es una opción en Guatemala, nos la imponen. Defender la vida no es violencia porque la violencia es lo que motiva a que la tengas que defender y no simplemente vivirla. El racismo es violencia, cotidiana. Ha dejado claro que su patrimonio es la sexta y que Arzú es su patriarca. Arzú dice que hay que darle palo a la prensa. Las redes sociales dicen: “son pobres sin cultura y educación por eso destruyen” “perdona lo despectivo de mis palabras: siempre es la indiada”. Guatemala también tiene a su Trump.