Claudia Escobar. PhD.
claudiaescobarm@alumni.harvard.edu
Las recientes elecciones presidenciales en Estados Unidos han sido las más polémicas de los últimos años. No solamente los dos candidatos se enfrascaron en debates públicos sumamente agresivos a nivel personal, sino que también los medios de comunicación se encargaron de sembrar dudas en los ciudadanos, respecto a la idoneidad de los aspirantes.
Sobre Donald Trump pesa el hecho que no ha querido hacer públicas sus declaraciones fiscales –income taxes– y a Hillary Clinton se le cuestiona el uso de su computadora personal para envío de correos electrónicos en asuntos de Estado, mientras fue la Secretaria de Estado en la administración de Obama.
Estados Unidos tiene una amplia tradición democrática y su política bipartidista ha permitido desde el año 1852 que los presidentes sean o demócratas o republicanos. Los ciudadanos generalmente se afilian a un partido político, expresan abiertamente su afiliación política y durante las elecciones tienden a respaldar al mismo partido toda su vida, pues se identifican con los principios que mueven a ese partido.
Sin embargo, en la presente contienda electoral, no todos los votantes respaldaron al candidato nominado por el partido político al que están afiliados, en las elecciones primarias durante la primera mitad del año.
Trump con su discurso racista y sus exabruptos violentos generó mucho antagonismo, incluso entre los propios republicanos; él no es un político formado en las filas del partido y para algunos es la antítesis de los valores que dieron origen a ese movimiento. Mientras Hillary carga con el pasado de su marido, el Presidente Bill Clinton y con sus propios desaciertos en la función pública, por lo que algunos votantes tienden a juzgarla por los resultados de las administraciones demócratas pasadas.
Finalmente la contienda llegó a su fin y los ciudadanos estadounidenses, por medio de sus delegados en el colegio electoral, han elegido a Donald Trump como el 45º Presidente de los Estados Unidos. Será la primera vez que un candidato sin experiencia en política o militar llegue a la Casa Blanca.
En su primer discurso el Presidente Trump se ha alejado de la confrontación y ha sorprendido reconociendo los méritos de su oponente Hillary Clinton. También ha hecho un llamado a la población para que se unan en un objetivo común: reconstruir su país y lograr los sueños de todos los estadounidenses. Además expresó que desea tener buenas relaciones con otras naciones y que buscará puntos de encuentro y no de hostilidad.
Ojalá así sea, pues nos guste o no la política estadounidense tiene un efecto directo en nuestro país. Primero, porque estamos en un mundo globalizado en el que todos estamos interconectados y además porque geográficamente estamos bajo el poder de influencia de esa potencia mundial.
Aunque los cambios de gobierno republicano y demócrata conllevan nuevas políticas internacionales, es poco probable que haya cambios drásticos hacia la región centroamericana. El plan de Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte, que pretende crear mayores oportunidades de desarrollo en la región fue aprobado por el Congreso de Estados Unidos y representa una oportunidad para que los países del istmo logren avances en temas fundamentales y empieza ya a implementarse. También se espera que EE. UU. continúe apoyando la lucha contra la impunidad y la corrupción, pues este tema tiene efectos directos en la seguridad regional.