Raúl Molina

Los sectores mayoritarios de los pueblos de Latinoamérica y el Caribe no están satisfechos con la administración Obama. Hubo muchas expectativas con su inauguración; pero estas se desvanecieron con sus acciones e inacciones. Se teme que Hillary Clinton no tendrá una mejor política exterior ni una política sobre los inmigrantes que sea más humana, particularmente con los que llegan del sur. La posición demócrata es hoy contraria a las mayorías de Latinoamérica, con injerencia e intervenciones en los países progresistas; pero es “un mal conocido” con el que podemos lidiar. Y, a veces, hasta logran zafarse sus líderes de la presión republicana para dar tímidos pasos positivos. Eso no se espera de Trump, quien ha mostrado ya su desprecio por México, vecino y socio importante del NAFTA, pretendiendo construir un muro fronterizo y, peor aún, exigiendo que sean los mexicanos quienes paguen su construcción. Tampoco sus declaraciones con respecto al resto de Latinoamérica han sido ni positivas ni inteligentes. Hace de menos a los pueblos y sus representantes desde el Río Bravo hasta la Patagonia, considerándolos “inferiores”, y ante petición de los monopolios estadounidenses, Trump no dudaría de promover golpes duros y blandos por igual. ¿Qué relaciones se pueden establecer entre un gobierno prepotente y países en desarrollo cuando la premisa es que se trata de una relación entre colonias e imperio?

Preocupa el repunte de Trump en las encuestas a días de los comicios. Se lamenta que la campaña de abuso verbal y difamación que ha sido su carta de presentación haya atraído a un segmento de la población que tiene temores infundados con respecto a minorías e inmigrantes, sin reconocer que Estados Unidos, país de inmigrantes, ha sido crisol de culturas y se ha desarrollado con la llegada de otras visiones y prácticas, aunque se cometió el error y terrible crimen de diezmar a su población indígena. Las actitudes del Sr. Trump, que se originan en sus lamentables convicciones, son así preocupantes para el mundo entero y más para Latinoamérica. Esto se entiende tanto racional como emotivamente por la población latina en Estados Unidos y también por un porcentaje creciente de miembros del Partido Republicano que se ven mal representados por las posiciones sexistas, racistas y xenófobas de su candidato. No así por congresistas republicanos, que de manera oportunista e irresponsable se han sumado al carro de Trump. Sin duda, las personas, conscientes del electorado, que saben que la tolerancia es necesaria para coexistir y sobrevivir, acudirán en masa a votar por la opción demócrata; pero es necesario hacer más para sentar un precedente histórico. Hay que expresarse contra la discriminación y el racismo, así como movilizar a personas que se han quedado indiferentes debido a la deleznable contienda electoral, para que no se repita lo ocurrido en Alemania con el ascenso del nazismo.

Se dan personajes en el mundo para quienes el poder es su alimento y su distorsión. Estados Unidos no se merece uno de ellos ni tampoco lo merece el mundo, que busca denodadamente la paz, particularmente los pueblos de Latinoamérica.

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