Factor Méndez Doninelli

Al momento que el calendario gregoriano da paso para que se asome noviembre, es notorio el cambio de ánimo de las personas y del clima. En esta época del año, es común el tonificante frío y los fuertes vientos que hacen brotar las chapas a más de algún patojo, levantar sugestivamente la falda que todavía usan algunas patojas y desde luego, es el momento propicio, único en el año para satisfacer las ansias de elevar barriletes. De esos multicolores que desafían la fortaleza del hilo/cáñamo, conquistan las alturas, contorneando graciosamente su cola y robándose la admiración de quienes elevamos la vista hacia el cosmos. Es también la época de las tradiciones familiares y sociales. Compartir un suculento fiambre hecho en casa -rojo o blanco- entre familia o con amigos es obligado, casi que ritual, el fiambre es por naturaleza un plato para compartir, todos los comensales comen lo mismo, disfrutan distintos sabores que acompañan con postres de ayote o jocotes en miel y algunos completan con pan de muerto, no falta quienes brinden con sangría y otras bebidas espirituosas.

Y como en noviembre se celebra el día de los difuntos, que es un momento del año en que los cementerios son visitados por multitud de familias, que llegan a compartir por algunos instantes el recuerdo de seres amados ausentes. En un país como Guatemala, la multiculturalidad aporta colorido particular a estas tradiciones, se notan diferencias en la forma de conmemorar que se observa en diferentes camposantos. En centros urbanos, el cementerio general es emblemático, colorido, alegre, diverso. En algunos cementerios privados se percibe solemnidad, discreta algarabía, orden. El de Antigua, Guatemala es icónico por su estilo, orden y limpieza. Pero la celebración del día de los muertos en los cementerios de las áreas rurales, en particular en poblaciones indígenas, revisten de otras características que los distinguen. Solía visitar los cementerios de San Juan y Santiago Sacatepéquez para presenciar con respeto los actos de familias indígenas que visitan la tumba de alguien, hasta esas veces, en dichos lugares no había construcción de mausoleos –salvo en al área ladina-, por consiguiente, en el cementerio indígena solo se distinguen promontorios de tierra que señalan el lugar de la inhumación, entonces las familias se sientan alrededor, llevan y comparten con la tumba que contiene los restos y entre los presentes, provisiones para comer durante el día, sin faltar la ración de licor, cusha. Al caer la tarde, colocan velas encendidas en los promontorios de tierra, progresivamente el ambiente se ilumina con miles de llamas diminutas que forman un espectáculo admirable. En Santiago, el ritual de elevar los barriletes gigantes y enviar mensajes a los ausentes, hace vibrar de emoción a propios y extraños. Todas las distintas conmemoraciones, la alegría, las risas, lágrimas, los recuerdos y los momentos de compartir durante esas tradiciones, son un digno homenaje para quienes se anticiparon a nosotros.

Desde luego, como lo hacemos todos, ese día cumplí con el ritual de compartir el fiambre casero elaborado con esmero para la ocasión y una buena sangría, antes fuimos a visitar cementerios y llevamos flores en recuerdo a seres queridos: padre, madre, abuelos, tíos, tías. Y en un país como Guatemala, no se puede olvidar el recuerdo de las víctimas de dictaduras militares que violenta y prematuramente les arrebataron la vida y violaron masivamente los Derechos Humanos.

Para aprovechar los vientos de noviembre, solo me falta volar barrilete.

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