Alfonso Mata

Los políticos fabrican corrupción, así como la corrupción fabrica políticos. Este círculo describe con precisión lo que está ocurriendo. Ambas declaraciones son causa y efecto, generando conductas tan incongruentes como ayudar a algunos desfalcando a otros o que el ciudadano perjudicado a la vez que odia al político, lo admira como benefactor. Eso nos aliena y nos provoca vivencias llenas de impotencias y frustraciones, al no poder desmontar el círculo que se cierra y se cierra cada vez más, refugiándonos en una desazón permanente, que transferimos generación tras generación.

Dentro de nuestra dinámica por sobrevivir, nos movemos en un campo de batalla en donde combatimos contra políticos y nosotros mismos, sin cerrar filas con nuestros similares y esa batalla sin fin, no nos deja ninguna victoria, al contrario, ha generado contradicciones y bandos, que nos desgarramos ante cada hecho político y social, creando violencia, sin vislumbrar actitudes que nos lleven a acuerdos y a la posibilidad de un frente único y por el contrario, hemos fomentado eternos sufrimientos y frustraciones, temor y cólera, como única razón que se sobrepone a todo. Esos tipos de conductas, necesitamos evitar y perseguir tan lejos como sea posible sus consecuencias, antes de seguir cayendo en miseria y más humillaciones y aumentar la condición humana de abusados, que solo conduce a situaciones explosivas en lo individual y lo colectivo.

Nuestra relación con el mundo, tampoco canta bien las rancheras. Vendemos barato nuestras materias primas y artículos de consumo y compramos caro los productos manufacturados, pues somos incapaces de hacerlos. Ese mundo de subproducción que consentimos, aplasta a más de la mitad de la población que se enfrenta a bajos salarios y altos costos de vida y cómo no desfallecer, sabiendo que el salario de unos, es diez veces superior al de otros y el ingreso de un extranjero, aún más. Hablemos entonces de un escenario que se forma sin oportunidad. Tasa de natalidad alta, nivel de vida bajo, subalimentación permanente ¿no es acaso una resultante de desigualdades, inequidades, inconformismos? Y posiblemente ¿no conduce eso a la violencia y facilita la usurpación? Es el sistema el que efectivamente favorece la desigualdad, la inexistencia de acceso a los derechos. La carencia de derechos sanciona y lleva a la miseria el cumplimiento de obligaciones. Los dominantes mantienen por la fuerza los males, persiguiendo y anulando con eso la democracia y favoreciendo la deshumanización y fortaleciendo cada vez más un aparato antidemocrático.

No hay pues una definición exacta ni tipificada de político o de población o ciudadano guatemalteco. Esos términos en nuestro caso, ocultan una diversidad que es lo que vuelve difícil la elección de una lucha, pues el estereotipo popular, no corresponde nunca a una realidad. Lo que sí resulta cierto, es que es necesario romper con una implacable reciprocidad político-ciudadana, que nos ha llevado al menosprecio y al olvido de lo que realmente constituye la sana política: apoyar y velar por el cumplimiento de los derechos y deberes.

Pero no basta con eso, es necesario ir más allá de la fugaz acción de enfrentar los problemas. No dudo de los programas sociales actuales (como los de SAN) y de su impacto individual, pero de eso a atribuirles impacto sobre el problema base, eso si no. Son, llamémosle entonces, tan solo “un principio” que dura ya muchas décadas y que ha anulado en parte la imaginación que se necesita para formar nuevas formas de tratar el problema de la alimentación y así sucede, para todos los programas sociales, que intentan modificar un estilo y modo de vida.

Tenemos entonces que pasar de un sueño solitario y efímero, a una más amplio y compartido y para eso, se nos vuelve forzoso, penetrar con atención en el ambiente que nos rodea. La escena no puede dejarse caer en no hacer nada, es precisa la búsqueda de contenidos nacionales decentes, interés público, crítica constante, vida social con equidad y, antes de dejar caer el telón, terminar con las falsificaciones políticas. Hay que acabar con estar alimentando, ese tropel de generaciones que no llagamos a ninguna claridad sobre la vida nacional. Hay que actuar entonces, sobre lo que genera ese vivir tan deshumanizante y sin destino, para una mayoría. El cómo, nos atañe a todos.

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