Lucrecia de Palomo

Ese jovencito, el de los cuentos de hadas que nunca pasó a una edad madura, que juega y fantasea en su isla, es una constante real en nuestra sociedad. Por algo se le llama a la generación de Millennials la Generación Peter Pan. Son personas percibidas por los adultos como perezosos, distraídos, irresponsables e inconstantes, y existe en la mayoría de ellos una propensión a retardar sus etapas de desarrollo. Son individuos nacidos entre 1981 a 1995, por tanto oscilan entre los 20 a 35 años de edad, personas que colocan el dinero y las cosas como prioridad en sus vidas. Muchos de ellos ya son padres, con hijos en edad escolar a quienes han trasladado sus mismas características que se añaden a las propias del avance tecnológico, la satisfacción inmediata y las redes sociales.

Suelo decirles a los padres de los estudiantes, porque así lo creo, que “Gracias a Dios fui madre del siglo pasado”, pues serlo de este siglo es complejo y complicado por el tipo de vida. Cuando mis hijos estaban pequeños solo había en casa un televisor donde se podía ver tres canales locales (hoy cada cuarto tiene uno con cable, netflix y antena, y si no es suficiente poseen un dispositivo electrónico en el cual pueden ver miles de películas); y un aparato de teléfono para todos (hoy cada miembro de familia tiene el propio) por tanto podíamos saber con quién hablaban nuestros hijos, conocer a los amigos y censurar los programas que veían (hoy no saben con quién hablan, quiénes son los amigos y no existen limitaciones para ver lo que se quiere). A eso se le puede sumar que nos sentábamos a la mesa a comer y las sobremesas se daban casi a diario (ahora padres e hijos chatean) donde aprehendían la cultura propia. Si los chicos llegaban con notas no aceptables del colegio, se les regañaba y se les daban consecuencias (ahora se acusa al maestro de ser el culpable). ¡Qué tiempos aquellos!

Las instituciones educativas presentan cada día mayores problemas en la formación e instrucción de los educandos debidos precisamente a este cambio generacional. Los padres siempre tienen una excusa ante la irresponsabilidad, falta de honestidad o comportamiento de sus hijos; sus hijos son siempre víctimas y jamás victimarios de acoso escolar. Si al padre se le cita para hablar sobre el rendimiento académico o actitudes no tiene tiempo para acudir, pero si al final del ciclo no aprueba el año se queja ante las autoridades del Ministerio de Educación (que rápidamente exigen sean repetidos los exámenes). O, puede que se quejen ante la Procuraduría de Derechos Humanos, quienes generalmente les dan la razón, pues la investigación en ambos casos es unilateral.

Cada día es más difícil que maestros bien preparados quieran aceptar dar clases, primero por el tipo de estudiantes y padres a los que debe enfrentar, luego porque los sueldos no son competitivos con relación a otras carreras profesionales, y ahora que el Mineduc cerró arbitrariamente las normales de donde se graduaban de diversificado, será peor. A lo anterior hay que sumar que las universidades, que gradúan a los maestros de segunda enseñanza, tampoco dan la talla en cuanto a la preparación docente.

La situación es compleja porque se está formando al ciudadano y lo que se vive en las aulas es tan solo un bosquejo de lo que serán las próximas generaciones y por ende el tipo de sociedad. Pero en lugar de sentarnos todos los involucrados a buscar alternativas nos enfrentamos, y la forma de resolver –momentáneamente– el problema es dejar hacer, dejar pasar. Ante un Ministerio de Educación permisivo (como muchos padres y docentes) se debe pensar si queremos seguir con Peter Pan bajo nuestro techo, pues muchos se convierten en nini (ni estudia ni trabaja) o en creyentes del dinero fácil y rápido para placeres.

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