Eduardo Blandón

Entre tantas definiciones que se le pueden dar a Guatemala, no sería descabellado llamarla también “el país de la eterna efervescencia”.  Esto es, el lugar donde a diario se cocinan tramas y se urden toda clase de proyectos maquiavélicos, la mayor parte de ellos, contra la sociedad misma.

Como si existiera una mente malévola, la cotidianidad presenta escenarios cocidos con anterioridad que erizan los pelos: un Congreso voluntarioso cuando se trata de atracar al Estado y promover la impunidad, un sistema de justicia en alas de cucaracha, un ejecutivo inexistente e inocuo, un empresariado vividor y retrógrado. Una urdimbre aderezada con ocurrencias kafkianas y suspenso muy a lo Dan Brown.

Si no fuera por la violencia y el robo de antología de todos contra todos (en términos generales, claro), Guatemala inauguraría cada día un universo nuevo.  Lo permanente es la efervescencia, la olla de presión que nos pone cada día al borde de un nuevo Apocalipsis.  Manifestación campesina, paro de transportistas, elección de Presidente en el Congreso de la República, los casos de La Línea.  Netflix se nos queda pequeña frente a tantos despropósitos nacionales.

Como si Guatemala necesitara constantemente escenarios novedosos, ingeniados por guionistas de primer orden.  ¿Es producto de la casualidad o de mentes perversas empeñadas en mantenernos distraídos? ¿Se trata de nuestro carácter inquieto o la maldición de un destino que no podemos controlar?  Vaya usted a saber, lo cierto es que ningún periodista puede decir que Guatemala lo aburra por falta de noticias.

Tanta película barata nos impide concentrarnos en temas importantes.  Es por lo que los políticos se pasan el tiempo resolviendo a medias la pirotecnia cotidiana. Bomberos improvisados en empresas a veces irresolubles.  Incapaces de proyectar y gestionar políticas públicas de largo aliento.  ¿Podremos actuar distinto a como lo hemos hecho ahora?  Ya veremos.

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