Luis Fernández Molina
«Verde que te quiero verde». Verdes las altas montañas, verde los hondos barrancos. Verde todo cuanto se mira salvo los güipiles y las faldas, éstas que se van tiñendo de marcado color rojo conforme arribamos al valle de Acul y Nebaj. Los trajes despliegan una transición cromática que se va mostrando desde que se inicia el escape de la asfixiante fuerza gravitacional de la mega urbe capitalina conforme se atraviesa los municipios de Santa María Cauqué, Chimaltenango, Tecpán, luego Los Encuentros, Chichicastenango, Santa Cruz del Quiché, Jocopilas, Sacapulas y luego de la escalada, los primeros asomos de la región Ixil. Un paraíso escarpado en el corazón de la «Guatemala profunda» que muy contados chapines -que no sean del área- conocen. Muy contentos estaban unos turistas franceses y suizos. Que por lo menos alguien, aunque sea extranjero, venga a apreciar la belleza de esta campiña.
Extrañamente se desprende una paz -paz auténtica- en medio de estas montañas que nunca han estado tranquilas, no digamos hace apenas cuarenta años (hubiera sido impensable hacer este viaje en esa época dura de nuestra triste guerra interna). Es una tierra que «fue insultada y nos ofrece flores como respuesta» (Tagore).
Aunque largo el viaje hasta Acul, es, al mismo tiempo, un delicioso paseo (salvo los horribles pasos por San Lucas y Chimaltenango, se entiende). Seis horas es tiempo suficiente para pensar, divagar, concentrarse en esta realidad por la que transitamos, en esta variedad tan policroma de la Guatemala donde nos tocó vivir. Evaluar el pasado que ha dejado su impronta y en ese futuro que estamos forjando -y donde tiene un impacto transcendental nuestra Constitución.
Iba así reflexionando sobre las nuevas iniciativas de integrar Guatemala en base a reformas a la Carta Magna. En el fondo de esto se tratan las reformas, de tener un país más coherente, más ensamblado y, sobre todo, que los individuos que la habiten sean seres humanos libres. Mi vocación liberal me mueve a priorizar el derecho individual de cada habitante, que colme su aspiración por la felicidad en base al ejercicio de su libertad. Estoy convencido que la mayoría -aunque no todos- pensamos igual, tenemos las mismas aspiraciones, pero son muy diferentes los caminos que allí nos llevan. Surgen así las diferentes ideologías y se imponen divergentes puntos de vista. Terreno de las doctrinas minado por los intereses. Sin embargo, mi formación de jurista -y de juez que he sido- me impone abstraerme de consideraciones ideológicas y limitarme a lo que es estrictamente jurídico procurando un justo balance entre todas las propuestas, después de todo la modificación de la Constitución es un tema jurídico, y de mucha consecuencia.
En Acul estoy en Guatemala, claro está, pero «otra Guatemala». Muy diferente de la capital y no se diga del Oriente o la Costa Sur. Aquí las mujeres se adornan con tejidos vistosos. Los hombres casi todos de sombrero (llama la atención que se ven muy pocos jóvenes ¿dónde se han ido?). Casi todos portando machete, una costumbre ancestral, inamovible que confunde a la Ley de Armas que no sabe cómo definir a los «machetes» (ni siquiera los menciona en las definiciones del artículo 13) y menos cómo regularlos pues en principio sería una portación ilegal de arma blanca, pero: «No están comprendidos en las disposiciones de esta Ley, los cuchillos, herramientas u otros instrumentos cortantes que tengan aplicación artesanal, agrícola, industrial u otra conocida» y «Las navajas con hojas que exceden de diez centímetros y que no sean automáticas, se podrán usar en áreas extraurbanas»
(Continuará)