Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Creo que la política norteamericana vive uno de sus momentos más bajos por la escasa atención que se le ha puesto a los asuntos de Estado para centrarse en los escándalos que rodean a la personalidad de los dos principales candidatos. Tanto Hillary Clinton como Donald Trump tienen condiciones muy especiales que les debilitan en su posible liderazgo y que ambos han visto que la mejor estrategia es aprovechar las debilidades y contradicciones del adversario para desarrollar su respectiva campaña.

Sin embargo, en los últimos días se ha llegado a excesos que van más allá de la baja calidad de la propuesta electoral, puesto que tras conocerse el escandaloso video en el que Trump se confiesa como un hombre que puede abusar de las mujeres como le dé la gana simplemente porque es una celebridad, el candidato republicano no admite el daño que él mismo se hizo con esas palabras irreparables y en vez de eso ataca a todo el que hable del tema. Obviamente se trata de un asunto que ningún medio de prensa podía pasar por alto porque, aunque él lo niegue, tiene que ver con el carácter y la personalidad de un aspirante a la Presidencia de los Estados Unidos.

No es por el escándalo en sí, pero hasta el más serio de los medios y el más cuidadoso con lo que se publica, tiene que difundir un hecho tan notoriamente importante para definir la personalidad del individuo. A ello Trump le ha llamado una conspiración de la prensa para destruirlo sin entender que quien se destruyó es él mismo con ese tipo de comentarios que incendiaron a la población, aunque no parecen ser ofensivos para un importante segmento que es el que constituye el voto duro de ese candidato que va contra el sistema y que cuenta con tal tipo de respaldos que, luego de su ofensiva referencia a las mujeres, permitió el otro día que un obispo de la Iglesia Católica, con todo y su llamativa vestimenta, no sólo asistiera a un mitin de Trump sino que le extendiera la mano de felicitación a alguien que agarró a trompadas a otra persona que llegó a protestar por el racismo del candidato.

Pero el caso grave se ha producido en los últimos días, cuando crecen las expresiones llamando a una revolución, recordando al norteamericano en general que el simpatizante de Trump es fervoroso creyente en la Segunda Enmienda y que por lo tanto tienen las armas para realizarla. Y echando más gasolina al fuego, Trump insiste en que le están robando las elecciones, que habrá un masivo fraude electoral en su contra y de esa cuenta sus seguidores ya dicen que van a defender con las armas su supuesto triunfo que, según las encuestas, no existe más que en la imaginación del republicano.

En una elección apretada puede ser que un Estado, como ocurrió en Florida en el año 2000, permita un fraude que altere el resultado final, pero hay que ver que hasta Al Gore antepuso los intereses del país e, insistiendo en que hubo un fraude, aceptó el resultado que le dio la presidencia a George Bush, pero ahora, con una diferencia enorme, Trump llama a la revuelta desde ya para enfrentar a la conspiración de los ricos, de los izquierdistas, de los periodistas y de líderes mundiales, excepto Putin, para impedirle, según él, llegar a la Casa Blanca.

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