René Arturo Villegas Lara
Un sábado reciente, en el templo de San Francisco, en la Antigua Guatemala, esperando a que iniciara la misa, me le quedé viendo a la nave central de toda su portentosa arquitectura y me recordé de un Festival Nacional de Arte y Cultura que se realizó en esa bella ciudad colonial, allá por 1955, cuando se programó cantar la parte coral de la Novena Sinfonía de Bethoven y a nuestro profesor de canto y música, el recordado maestro, Antonio Vidal, se le ocurrió que los “cantadores” de la Escuela Normal, podíamos participar en tan difícil empresa. Para eso era necesario crear una masa coral que tuviera no menos de unas ochenta voces, entre bajos, tenores y contraltos que le haría coro a las sopranos. Don Tono, dirigía el Coro Internormal, que se integraba con alumnas de Belén y con alumnos de la Normal que la hacíamos de bajos y tenores. Este coro tenía como cuarenta voces, de manera que hubo necesidad de agregar un pequeño coro de la Secretaría de Publicidad de la Presidencia de la República y si mal no recuerdo, se agregó al coro del Instituto Rafael Aqueche. En total, casi llegamos al número necesario para semejante proeza, aunque fue necesario agregar a la masa coral de El Salvador, país de donde creo que también vinieron las sopranos y los tenores que tenían a su cargo cantar como solistas. Ese agregado de los hermanos salvadoreños fue más que necesario, porque muchas compañeras y compañeros “zafaron bulto” cuando vieron que la letra había que cantarla en alemán. Así que la primera y gran dificultad fue aprenderse la parte coral de la sinfonía en idioma alemán. Y todos nos la aprendimos, de pura memoria, pero nos la aprendimos, sólo que nunca supimos lo que estábamos diciendo: “daine sauer” “bin de en bider” “alemenshen”… !Bueno¡ No sé si así se escriben estos vocablos del idioma alemán, lo cierto es que se volvieron términos de nuestra fregaderas y diario vivir. Y era tan divertido “saber alemán”, que para dañar la pita, andábamos saludándonos en alemán. Recuerdo que el Chimpa Fión, cuando abordaba la camioneta 5, después de las clases de la tarde, a los que encontraba en la banqueta de la Aurora, les gritaba “daine sauer”. Cuando llegó el día de la presentación, después de repetidos ensayos en el auditórium del Conservatorio Nacional, nos trasladaron a la Antigua Guatemala, por parte del Ministerio de Educación. Para la audición se instaló el escenario en el Convento de San Francisco, cuando aún no había sido restaurado y todo el cielo antigüeño y sus estrellas se los gozaba uno en los interiores del templo, pues sólo existía techo en la cúpula del altar mayor en donde ahora se tiene el propósito de construir un enorme retablo; lo demás eran las hermosas paredes y naves laterales con el recuerdo del terremoto que hace más de dos siglos dio por tierra con la siempre romántica ciudad de Santiago de los Caballeros. Y allí, bajo la cúpula, construyeron un escenario de madera y llenaron de sillas para el público invitado, formado por invitados especiales, diplomáticos y las autoridades mayores del Gobierno y de la Ciudad Colonial. Esa noche, el templo estaba lleno a reventar. Había público hasta en las paredes altas del templo, formado por jóvenes estudiantes que no le temían a las alturas. La audición principió con la primera parte de la sinfonía, que interpretó la Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la dirección del maestro, Andrés Archila. Mientras eso ocurría, a los integrantes de la masa coral nos sacrificaron con estar de pie en el entarimado, escuchando a la Sinfónica por un largo rato, con la primera parte instrumental. Los que estábamos hasta atrás de la formación coral, nos dio sueño y nos sentamos en las gradas de madera. Cuando sentimos, las orquesta concluyó su actuación y se escuchó con fuerza: “Froide…” De inmediato despertamos, pues la parte coral estaba por iniciarse y como pudimos nos fuimos recordando de los términos en alemán. Al concluir, el aplauso fue atronador, no sé si por cortesía o la hicimos bien; tampoco sé cómo logramos salir de una aventura artística de esa envergadura. Tan difícil y complicada. Lo cierto es que el Coro Inter-Normal contribuyó a que la masa coral, por primera y única vez, cantara la coral de la Novena Sinfonía con el concurso de guatemaltecos y salvadoreños y por el reconocido entusiasmo de don Antonio Vidal Figueroa.