Por MUHAMMED MUHEISEN
ELZACH, Alemania
Agencia/AP
Escaparon de Irak poco antes de la embestida de la organización Estado Islámico, que esclavizó o mató a miles de yazidis como ellos. Luego vinieron meses viviendo como refugiados en los márgenes de la sociedad turca, un viaje casi fatal por el Egeo y una larga caminata por los Balcanes y el norte de Alemania.
Ahora finalmente los seis miembros de la familia Qasu disfrutan de la paz con que soñaron alguna vez.
Bessi Qasu, su esposo Samir, sus hijas Delphine y Dunia y sus hijos Dilshad y Dildar viven en un pequeño departamento en el pueblo de Elzach, en las colinas de la Selva Negra en el sudoeste de Alemania.
«No hace mucho nos debatíamos entre la vida y la muerte, pero ahora somos una familia que vive en una casa segura en un gran país», comentó Samir, de 46 años y quien tenía una tienda en su país, del que toda la familia huyó en agosto de 2014, cuando los combatientes del Estado Islámico se acercaban a la ciudad de Sinjar en el norte de Irak.
Alemania le abrió la puertas a cientos de miles de personas que buscaban asilo como los Qasu el año pasado. Las relaciones con los migrantes no han sido fáciles y ha habido fricciones, sobre todo en la parte oriental del país.
Pero los Qasu dicen que no han tenido malas experiencias.
«Nadie nos discrimina. No nos sentimos diferentes. Mis amigos alemanes me dicen ‘ahora eres alemán», expresó Dilshad, quien tiene 18 años.
Su padre dice que la familia hace lo posible por encajar bien. «Somos sus huéspedes y tenemos que respetar su cultura y sus tradiciones», manifestó Samir.
Con ese fin, Samir y Bessi toman clases diarias de «integración» en las que aprenden alemán y se empapan de la cultura local, para así poder buscar trabajo en el futuro. Dunia, de 14 años, va a una escuela secundaria y Dildar, de 11, a una primaria y juega en un equipo de fútbol. Dilshad y Delphine, de 19 años, empezaron a cursar clases a fines de septiembre.
Cuando la familia llegó a Alemania el 9 de diciembre de 2015, fue alojada en un albergue temporal en Heidelberg. Tres meses después fueron reubicados en Elzach.
Ahora que les concedieron asilo, viven en un departamento de dos ambientes. El estado alemán paga por la vivienda y los servicios. Además, reciben 1.900 euros (2.125 dólares) por mes para comida y otras necesidades, que dicen las alcanza bastante bien.
Al menos dos veces al día esparcen una manta en el piso del departamento para comer. Bromean y hablan de sus progresos con el alemán y de su futuro, que alguna vez lució muy oscuro.
«Me alegro de ver a mis hijos a salvo, en escuelas, con un futuro brillante por delante», dice Bessi.
Samir cuenta que habla de la vida en Irak con un compatriota vecino, pero los hijos rara vez mencionan a su país de origen o la odisea que vivieron para llegar a Elzach.
«Por favor, no me recuerde esas cosas», pide Delphine.
Delphine quiere ser médica y Dildar sueña con ser futbolista. Como tantos adolescentes, Dunia no está seguro de lo que quiere. Le gustaría ser una artista famosa y está estudiando baile y teclados.
Lo único que le importa a Dilshad es tener un sueldo que le permita mantener a la familia y ayudar a sus padres.
«Ahora sé que tendré un buen futuro», comentó. «El único futuro que teníamos en Irak era la muerte».