Por MARK LEWIS

HAUGESUND, Noruega
Agencia/AP

Anna Thulin-Myge tiene diez años y un pasaporte con una foto en la que se ve como cualquier niña noruega, con su largo cabello rubio sostenido por un clip. Su nombre de pila es Anna, pero en el casillero del sexo dice «H».

«Eso quiere decir hombre», señala Anna. «Pero en pocas semanas voy a tener un nuevo pasaporte que dirá ‘M’, de mujer».

Noruega, una nación progresista de 5 millones de personas, pasó a ser hace poco el quinto país que permite a los adultos cambiar legalmente de género sin el consentimiento ni la intervención de un médico. Argentina, Irlanda y Dinamarca tienen leyes similares, pero Noruega y Malta son los únicos que incluyen a los niños en esa ley.

A partir de los seis años, cualquier menor puede identificarse a sí mismo como hombre o mujer con el consentimiento solo de sus padres, sin importar el género que se le asignó al nacer. Anna es una de nueve menores que han aprovechado esta ley en Noruega desde que fue aprobada en junio.

No hace falta operación alguna ni asesoramiento psicológico, por lo que el proceso es sencillo. Hasta ahora las autoridades no han rechazado solicitud alguna y pronto Anna recibirá la carta oficial confirmando que el estado la reconoce como la niña que siempre quiso ser.

«Cuando era pequeña me gustaba ponerme ropa de mujer», dice Anna. «Y jugar con muñecas. Yo creo que siempre fui una niña».

La madre de Anna, Siri Oline Myge, está de acuerdo. Cuenta que Anna soportó varios años de confusión y rechazo cuando fue obligada a vestirse como un muchacho llamado Adrián en la escuela.

«Anna tenía dos identidades separadas», dice la madre. «Le tomó mucho tiempo recuperar la confianza».

Si bien los legisladores admiten que hay algunos aspectos del cambio de género de los menores que todavía no han sido resueltos, la ley no fue muy resistida y fue aprobada en junio con 79 votos a favor y solo 13 en contra.

«He conocido mucha gente joven que me dice que la nueva ley ha cambiado su vida. Varios vienen de un rincón muy oscuro», dijo el ministro de Salud Bent Hoie, militante del Partido Conservador y quien impulsó la ley.

Los legisladores, dijo, consideraron incluir un período obligatorio de reflexión de parte de padres e hijos, pero decidieron que eso hubiera sido condescendiente.

El trámite de cambio de género incluye una solicitud electrónica, una respuesta de las autoridades impositivas y la devolución de esa carta para confirmar la intención de cambiar de género.

Cuando se aprueba la solicitud, se emite un nuevo número de identidad y se pueden actualizar todas las formas de identificación, incluidos pasaportes, licencias de conducir, partidas de nacimiento y tarjetas de crédito.

Si bien Malta permite a los padres o custodios pedir el cambio de género de un menor, Noruega es el único país en el que los menores de edad deben realizar el mismo trámite burocrático que los adultos.

Algunos partidarios de la ley, como el principal funcionario europeo de políticas de transgéneros Richard Kohler, creen que Noruega debe llegar más lejos todavía y eliminar la restricción al cambio de género de los menores de seis años.

«Queda la sensación de que ser trans está mal, de que es algo problemático», sostuvo Kohler. «Hace pensar que no creemos en los niños, que hay que protegerlos del género de pequeños».

Anna vive con su madre, su padrastro y tres hermanos en Haugesund, un pequeño pueblo costero.

Cuando tenía cinco años familiares y vecinos dijeron que su madre tenía una fantasía peligrosa y la acusaron de considerar a su hijo como la hija que tanto deseaba. Llamaron a los servicios de protección del menor y trabajadores sociales observaron de cerca a la familia hasta que los médicos los convencieron de que la identidad femenina de Anna era real.

«Me di cuenta de que Anna era diferente antes de que cumpliese los tres años», dice Oline Myge. «Quería usar clips en el cabello y se molestaba mucho cuando se lo cortaba».

Después de cambiar legalmente su nombre en julio del 2013, Anna empezó a usar vestidos y fue hostigada en la escuela. Este año se matriculó en otra escuela donde sus compañeros no saben que supo ser conocida como Adrián y dice que está muy contenta.

La Asociación para la Diversidad de Género y Sexual de Noruega, que ayudó a redactar la ley, logró que se bajase la edad límite de los siete a los seis años, para que los niños pudiesen comenzar la escuela con su nuevo género, sin tener que soportar los traumas que vivió Anna con una transición pública.

Desde que entró en efecto la ley se recibieron unas 250 solicitudes de cambio de género, la mayoría de adultos.

Christine Jentoft, de 28 años y quien pidió el cambio de género hace poco, dice que no le corresponde al gobierno decidir su género.

«Los únicos que conocen mis genitales son mi médico, mi novia y yo», dice Jentoft, quien es padre biológico de una niña de cinco años y se identifica como una lesbiana. Lleva seis años viviendo como una mujer.

La nueva ley alarma a algunos grupos religiosos y también a organizaciones que defienden los derechos de los transgéneros.

Michael Scott Bjerkeli, presidente del Centro Harry Benjamin, que asiste a los transgéneros que quieren someterse a tratamientos médicos, cree que los legisladores se apresuraron demasiado.

Cita el caso de un danés que cambió legalmente de género y un día se desnudó en un vestuario de mujeres en un acto político. Casos como ese pueden hacer que la gente «no se tome en serio todo esto».

Bjerkeli considera que es importante asesorar bien a la gente antes de que cambie de género.

Anna dice que lo tiene todo muy pensado y que comenzará a tomar hormonas que demorarán su pubertad hasta tener edad suficiente para someterse a una operación de cambio de género.

«No extraño para nada a Adrián», asegura. «Siempre quise ser Anna y ahora que lo soy, no quiero volver a ser un muchacho».

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