Eduardo Blandón
Hoy los medios escritos critican lo que en un lenguaje de bondad llaman “opacidad”. Eso que no es más que los mecanismos oscuros que un gobierno realiza para procurar el beneficio de sus gestores. El Caso del IGSS, dice la prensa, es paradigmático, porque habiendo muchos recursos, el disimulo pasa de la “opacidad” a la “meridianidad”.
O sea, los protagonistas del Seguro Social rayarían con sus acciones en el descaro. Como se dice en buen chapín, “no tienen pena”, porque el botín al ser demasiado grande obnubila la visión y hace sinuosa la senda del bien. Con ello, lo menos que pueden decir los medios de comunicación es que esa institución practica la opacidad cuando de saquear los bienes del erario público se trata.
Pero no sólo opacos son los sistemas truculentos de muchos organismos del Estado, sino también sus funcionarios. Nos referimos a lo tenebroso de sus orígenes: ¿de dónde han salido estas bestias? No aludo a sus capacidades intelectuales, sino a la baja catadura de su conducta que no les impide robar sin rubor, sin arruga, a veces hasta con una sonrisa inmaculada.
Oscura su procedencia y más aún su actuar. Son hijos de las tinieblas y engendros del averno. No escribo teorías ni abstracciones, piense, por ejemplo, en casi cualquier miembro del Gabinete de gobierno, esfuércese por imaginar un diputado… Todo en ellos, en muchos, es mentira, falsedad y disimulo. Por ello es casi imposible el crédito y la fiabilidad de sus palabras.
Dejemos en claro para terminar que la tal “opacidad” pasa de moda. Lo atestigua una Baldetti con las marufias del agua milagrosa para el lago de Amatitlán, la conducta descarada de nuestro actual vicepresidente, Jafeth Cabrera, el actuar sospechoso de los diputados protegiendo a Rabbé, y muchas otras joyas más que en nuestro país son de colección y nos podrían hacer llorar.