Cuando Guatemala se encuentra en el momento más importante de sus últimas décadas y, seguramente, ante una de las grandes oportunidades de la historia para poder transformar las raíces de un sistema que está perfectamente diseñado para defraudar a la mayoría mientras enriquece y empodera a muy poquitos, la sociedad se mantiene en una reflexión permanente que no le permite actuar con la energía y determinación que el momento amerita.

Y esa reflexiva sociedad, que puede dar también la apariencia de estar dormida, en lugar de actuar en el momento de más urgencia, prefiere bajar la cabeza, doblar la espalda, soltar la baba, y aparentar una profunda visita a Morfeo.

Pero la reflexión, tanta reflexión, nos está causando daño. Porque termina siendo que vuelve ineficiente al «pensador», inactivo y casi demostrando absoluta incapacidad para el reto que se tiene enfrente.

Claro que todos podemos tener un momento de reflexión en nuestra vida y el bochorno de que se nos confunda con un pestañazo por todos aquellos que no entienden de los profundos métodos de engañar al enemigo con apariencias. Sin embargo, generalmente el cansancio viene como resultado de hacer algo y eso es precisamente lo que sorprende en la situación del país: un agotamiento por no hacer nada, al menos medible.

Pero volviendo a la reflexiva sociedad guatemalteca, es de pedirle que actúe para proceder a exigir una actitud distinta desde el Congreso que, ellos sí bien despiertitos, andan ejerciendo sus presiones y manteniendo intocable su Listado Geográfico de Obras.

O dejar de reflexionar para pedirle al «pensante» presidente que no tiene ninguna razón de negociar, rogar, implorar a Joviel Acevedo para que cumpla con su obligación de terminar el ciclo escolar del presente año.

Esa sociedad que debería oponerse radicalmente a un presupuesto con tanta deuda si es para pagarle al Ministro de Finanzas para que sus voceros aprendan a usar el Facebook mientras las familias se mueren de hambre.

No digamos que la sociedad reflexiva podría demandar que la oportunidad de reconocer la corrupción como nuestro principal mal, generadora de impunidad, de pobreza y de la inmensa brecha social con que vivimos, sea erradicada de una sola vez por una determinación general de no seguir siendo cómplices por acción u omisión de ella.

Por supuesto, que esa reflexión que a veces con alguna baba, bostezo o cara de total desconcierto nos hace sentir que noqueados del sueño hemos dejado la oportunidad de cambiar al país, nos debería dar vergüenza. Pero para muchos, es tan normal, que lo más seguro es que sigan el resto del tiempo. Reflexiones presidenciales al fin.

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