Fernando Mollinedo C.

Haciendo una revisión de mi actividad periodística, creo haber traspasado a otras dimensiones sin darme cuenta; eso me recuerda el cuento de Alicia en el país de las maravillas cuando por perseguir a un conejo se adentra en los confines de las alucinaciones.

Lo sorprendente es que haciendo un símil con la población guatemalteca, me da escalofríos y sorprende que el personaje (la población) logre sonreír ante tanto horror, persecución, traición, totalitarismo, esquizofrenia y falta de referentes axiológicos que en cada una de las aventuras se descubre: sorpresas, mentiras, corrupción, traiciones, drogas, violencia, delincuencia, hipocresía, banalidad, horror subterráneo y subcutáneo que se apropió del territorio nacional y de la angustia de sus moradores.

La cloaca está destapada; el hedor, más fuerte que el del basurero de la zona 3 (miasma), penetra hasta en los lugares “más sagrados” del imaginario espiritual colectivo y envuelve hasta aquellas personas a quienes creímos decentes y honestas, quienes ni siquiera guardaron las apariencias y no aparentan ser por lo menos políticamente correctas.

Pareciera que la corrupción se justifica desde las instancias en que fueron creadas para eliminarla. El descaro más grande: los gobernantes se pasan las leyes por el arco del triunfo. Hoy quienes se comprometieron a combatir la corrupción, son parte de ella misma y siguen usufructuando las estructuras encontradas sin considerar necesario guardar por lo menos una ética básica.

Empresas famosas cuya envergadura económica tuvo una imagen respetable ante la sociedad, hoy nos muestran cuan acostumbradas están a solucionar sus problemas y escollos de forma corrupta y sin límites, puesto que, como práctica común no les importó dejar de pagar impuestos para el beneficio social, incluso, de sus mismos consumidores.

Hace muchísimos años, las cúpulas económicas diseñaron y tejieron un sistema para asegurar sus privilegios. Sus empleados los gobernantes, concentraron el poder que permitió y permite a sus amos, hacer y deshacer e imponer criterios únicos y totalitarios en su manipuladora percepción de la dignidad humana, conservar el control, desvalorizar y etiquetar al ser humano como pedazo de carne u objetos prescindible en el mercado.

¿Qué podemos esperar de nuestros gobernantes, cuando no se atreven a cambiar esa lógica del endurecimiento de tal criterio? Es perceptible que estamos navegando sin brújula y no sabemos a qué estallido social nos llevará esa inercia. En el campo, en las ciudades, en los hospitales, en las cárceles, en las escuelas, por todos lados es evidente la ausencia de autoridad y permisibilidad para la corrupción.

La población se pregunta: ¿Habrá gente honrada que pueda tomar la responsabilidad de guiar a este país o estamos condenados a permitir que nos sigan gobernando los corruptos? Las credenciales de muchísimos burócratas están salpicadas de antecedentes tétricos, inmorales, impresentables y de incapacidad; luego entonces: ¿Por qué siguen ejerciendo gobierno o fueron nombrados para eso? ¿Será que los calificadores califican muy bien a los descalificados?

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