Jorge Santos

Toda muerte de un ser humano, tiende a producirnos tristeza en la medida que se extingue la posibilidad de la presencia que producirá su ausencia. Las muertes violentas deberían producirnos además de tristeza, indignación profunda, ya que estas no son más que el reflejo despreciable de nuestra sociedad. Guatemala, a lo largo de su historia, ha sido testigo de las formas más horrorosas de violencia y sus efectos sobre la vida. Aún hoy la violencia y el terror del pasado siguen impactando en la sociedad.

Una vez que no se han alcanzado las medidas necesarias para dar paso a la Justicia Transicional, la repetición de los hechos del periodo de 36 años de violencia y terror del Estado sigue siendo una posibilidad latente en Guatemala. Hechos como los observados el pasado 18 de julio en la Granja Penal de Rehabilitación Pavón son una muestra irrefutable que los mecanismos de terror utilizados durante ese pasado siguen estando presentes. A pesar de no ser los únicos, el tratamiento que les damos es muestra de una patología social, el de la jerarquización de la muerte.

Durante los últimos años, hemos sido testigos de hechos que culminan con la muerte violenta de ciudadanos y ciudadanas guatemaltecas, que aún y cuando deberían ser y formar parte de nuestra indignación, reflexión y medidas de acción para salir de esta profunda crisis violenta, no generan estos efectos y por lo tanto; pareciera ser que le damos más importancia a unas muertes que a otras. Por ejemplo, el asesinato de dos adolescentes mujeres a plena luz del día, cuando se dirigían a su centro de estudios, o bien la masacre suscitada en el departamento de Petén por miembros de una estructura del narcotráfico, o la muerte violenta de un niño de tres años junto a sus abuelos en una zona periurbana de la Ciudad de Guatemala, son tan solo unos ejemplos de que estamos en una sociedad profundamente enferma y que requiere de profundas transformaciones para salir del abismo en el que actualmente se encuentra.

Por ejemplo, ninguna de estas muertes contó con la cobertura mediática con la que contaron los hechos de violencia del 18 de julio en la Granja Penal de Rehabilitación Pavón, en donde fuera asesinado uno de los criminales más temidos actualmente en el país. Es más y muy por el contrario, los medios de comunicación sirvieron de reproductores de la estigmatización contra estas dos niñas estudiantes asesinadas o se prestaron a la generación de hipótesis sobre la muerte de los campesinos en Petén y el niño de 3 años junto a sus abuelos que solo reafirmaron la imposibilidad de construir una sociedad diferente en Guatemala. De tal cuenta que, el que la muerte de uno de los capos de hechos delictivos en el país, sea objeto de la mayor atención mediática en la sociedad y no la de adolescentes y niños, seguiremos siendo un país en donde reinará la violencia y el terror.

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