Por Nayo Solares R.
Casi todos los más nefastos modelos políticos de Latinoamérica, y de otras latitudes, se han sostenido por largas décadas mientras gozan de las bendiciones del imperio, cuyo nombre no hace falta mencionar. Así, los que ya lucimos canas recordamos a un Ferdinand Marcos, a un Papa Doc Duvalier, a un Alfredo Stroessner, a uno o dos Anastasio Somoza, al Sha de Irán (Mohammad Reza Pahlavi), a un Augusto Pinochet, a un Videla, a Manuel Noriega… Quizá a don Porfirio Díaz, a la partidocracia del PRI, a Estrada Cabrera, a Jorge Ubico, etc.
Es un hecho que al ahora tan cuestionado modelo político guatemalteco le salieron plumas y le crecieron alas a la vista de los norteamericanos, quienes se hicieron de la vista gorda ante las violaciones a los derechos humanos y la política de tierra arrasada, mientras a la causa suya eso le convenía. Detrás de muchas otras cosas más siempre estuvo, en mayor o menor grado, la corrupción. Corrupción en el manejo del erario y corrupción en el manejo de los asuntos políticos. Todo, sin embargo, era permisible en la medida en que los regímenes atendían a la voz del amo.
Por supuesto nada de lo señalado es bueno, nunca lo ha sido ni lo será. Hoy, sin embargo, los imperialistas pareciera que buscan lavarse un poco la cara y dar una nueva imagen a través de una política censora. Creo que en el fondo solo se trata de poner en trapos de cucaracha a la nueva generación de políticos y de gobernantes, es decir, de aplicar una nueva forma de amenaza contra quienes están dentro del círculo de su influencia (o bajo la suela de su bota), a efecto de ejercer siempre dominio absoluto.
Pero, como siempre, para eso necesitan de peleles; de personajes que nunca antes dijeron “esta boca es mía”, de supuestos puritanos que han medrado de la política, que han hecho fortuna a espaldas del pueblo, pero que ahora buscan planchar su trajecito de primera comunión para agachar la cabeza y servir de tontos útiles. Personas que no comprenden que cuando dejen de servir también van a recibir una patada en el trasero.
La lucha contra la corrupción es buena, incluso aunque pueda afectar nuestros propios intereses, pero que no me venga Judas a hablar de lealtad; que no me vengan los “notables” del proceso de paz, que recibían confidenciales de Serrano Elías, a jurar que trabajaron ad honorem.
Eso es lo que molesta, y lo que inquieta, porque detrás de todo esto (aunque parezca bueno) puede haber la malsana intención de implantar modalidades ajenas a nuestra idiosincrasia, a nuestros intereses y conveniencias.
Y disculpen, pero cuando míster Moralejas dice una cosa y luego da marcha atrás, me hace pensar que también recibió “instrucciones en inglés” para cambiar de rumbo, para recular.
Pueden cambiar toda la plantilla político-administrativa de Guatemala, pueden llenar el Estado de caras nuevas (excepto Tranzacena), pero si las intenciones no son sanas, sanas, los resultados tampoco lo serán.
No meto las manos al fuego por nadie, ni siquiera por mí mismo, pero no es justo que se destruyan trayectorias, carreras, nombres, a diestra y siniestra, sin siquiera hablar de la retroactividad de la medida, hasta los años sesenta o setenta, y sin que prevalezca la garantía de que los juzgamientos no son venales.
Lo menos que podemos esperar es que la ley funcione y que la justicia sea justa, para creer que lo que se hace se hace “de buena onda” y que la tónica se habrá de mantener; que al tenor de un nuevo orden hispanoamericano se habrá de levantar una mega estructura democrática y honesta, pero ya sin amos y sin malinches calvas.