María José Cabrera Cifuentes
mjcabreracifuentes@gmail.com

Sin lugar a dudas, ser mujer en Guatemala no es necesariamente lo más sencillo que exista. En una sociedad en la que persiste el machismo en alguna medida, resulta complicado intentar ir contra los patrones establecidos. Si bien es cierto, que la realidad de las mujeres no es la misma de hace algunas décadas, continúan permaneciendo ciertos esquemas que parecieran ser irrompibles y que se reproducen de generación en generación.

El tema del acoso callejero es uno con el que todas las mujeres debemos vivir y enfrentarlo día con día. En lo personal, me resulta más atemorizante salir a la calle por sufrir acoso que por ser víctima de un asalto. Las miradas, los gritos, bocinazos, silbidos, y las palabras resultan verdaderamente hirientes, molestos y, en mi caso particular, generan una frustración indescriptible.

No es raro ver a personas, por lo general hombres, de todos los estratos sociales e incluso niños todavía en edad escolar, dirigirse a las mujeres de una forma irrespetuosa, verlas de pies a cabeza como si fueran un simple objeto para admirar y violentar, haciéndonos sentir inseguras y temerosas de andar por las calles tal y como nos plazca.

Resulta tan indignante, que a estas alturas ya me resulta imposible quedarme callada, y con frecuencia enfrento a los agresores para hacerles saber cuan desagradable me resulta su comportamiento. No obstante, sé que al hacerlo me estoy exponiendo a sufrir de algún otro tipo de agresión, sin embargo, hasta ahora he considerado que vale la pena correr los riesgos que sean necesarios con tal de al menos hacerlo evidente.

La mayoría de víctimas de acoso callejero, que se debe acotar no somos únicamente mujeres, aún tiene problemas con acusar, hablar y poner un alto a la actuación violenta de terceros sobre nuestra privacidad y nuestro espacio. Esto, estoy segura, no resulta halagador para nadie sino todo lo contrario, promueve que dentro de la sociedad siga proliferando la cultura de odio y de miedo.

En la última época han surgido iniciativas como el “Observatorio Contra el Acoso Callejero” que pretende evidenciar este mal padecido por infinidad de personas e incluso mapearlo para tener datos reales acerca de su ocurrencia en Guatemala. Este tipo de movimiento, aunque con un impacto limitado, genera un efecto positivo, al reflejar la anormalidad de comportamientos que a lo largo de nuestra vida hemos considerado como normales.

Considero que la no penalización de actos semejantes sobre cualquier persona deja abiertas todas las posibilidades a los agresores a continuar ejerciendo este tipo de violencia sin sufrir ninguna consecuencia, y por tanto, a replicarlo sin jamás reflexionar lo que esto significa y las implicaciones que conlleva.

El acoso callejero se constituye en un elemento realmente destructivo para la sociedad. El no quedarnos calladas y hacerlo evidente en cada ocasión en que nos sea posible así como exigir un mecanismo de penalización podrían ser quizá las únicas vías para poder alejarnos un poco de esta triste realidad. La sumisión y aceptación, por el contrario, únicamente nos condenará a que la realidad permanezca constante. Es hora de poner un alto definitivo y exigir al Estado la protección de nuestros cuerpos, mentes y de nuestra integridad humana, tal y como lo establece la Constitución Política de la República.

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