Y no es que no queramos entrar en las discusiones de tanto peso histórico como el trato a los pueblos indígenas de la conquista y la posterior “independencia” y, mucho menos, el de discutir cómo es que se dio la liberación del control de la corona española porque los sectores poderosos, las cúpulas, los terratenientes del momento, se hartaron de tributarle por los beneficios que habían recibido de esa misma monarquía.

Pero sí queremos centrarnos más en lo que ha sido nuestra responsabilidad compartida en lo que es, a la fecha, un país que fabrica pobreza a millones, exporta a sus ciudadanos para que con la remesa mantenga la economía, hace más ricos a sus ricos y premia a los políticos convirtiéndolos en millonarios, mientras el resto de la población se queda sin salud, educación, seguridad, justicia y, encima de todo, con hambre.

Por supuesto que es fácil echarle la culpa a los diputados que se la pasan entre negocios y shows, sin dedicarse a legislar o, menos, a fiscalizar una eficiente práctica del servicio público; o culpar a un sistema de impunidad que nunca será de justicia mientras siga secuestrado por los grupos de poder real que quieren mantener el control de los beneficios de la corrupción y el tráfico de influencias; o a los gobiernos que se creen dueños de la finca y regalan las vacas o las parten con sus socios.

Sin embargo, la realidad es que prácticamente todos debemos distribuirnos la culpabilidad en lo individual y asumirla absoluta en lo colectivo porque hemos sido los que permitimos que este desmadre llegara a lo que tenemos hoy y es allí en donde en lugar de sentirnos con derecho de celebrar la “independencia” de nuestra patria, nos deberíamos sentir avergonzados de haberle fallado por no tener la actitud y la determinación de pelear para que el futuro sea distinto.

“El guatemalteco es paciente y trabajador”, dicen en el extranjero, para no decir que es baboso que se deja de todo. Porque en nuestras narices cometen los abusos y en nuestra cara tenemos el resultado. Cuando regresemos a casa del desfile o del descanso, de vuelta a ver la pobreza y sentir el miedo de la violencia, recordemos que es el país que por “pacientes” le regalaremos a nuestros hijos.

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