Pocos precedentes tenemos respecto a desbordes populares por razones políticas. El 11 de marzo de 1920 se realiza la impresionante marcha de ciudadanos que inició el fin de la dictadura de Estrada Cabrera y en 1944, el 25 de junio, la población salió a la calle contra Ubico, iniciando el movimiento que culminó en octubre de ese año. Igualmente importante fue la movilización para recibir al caudillo de la Liberación cuando llegó a Guatemala en 1954, producto de la intervención de la CIA para derrocar a Árbenz.

Pero todos esos signos de manifestación pública de los ciudadanos fueron resultado de convocatorias lanzadas por dirigentes que se habían organizado previamente en movimientos políticos. Lo de ayer, sin embargo, tiene la maravilla de que fue una expresión espontánea de los guatemaltecos que decidieron acompañar a los universitarios que habían programado una marcha para ir de sus respectivas universidades a la Plaza Central para exigir la renuncia del Presidente y los cambios al sistema político del país.

Aunque el CACIF, en una muestra de torpeza política, anunció que no habría paro nacional “por las pérdidas económicas que significaba”, los empresarios actuaron sin el liderazgo de la patronal y se sumaron a un paro dispuesto sin convocatoria alguna, simplemente para respaldar a ese pueblo que se lanzaba a la calle para exigir el fin de la corrupción. No puede olvidarse que hace unos tres lustros, la misma dirigencia del CACIF se desplazaba en helicópteros para supervisar el paro nacional por ellos convocados contra el gobierno de Portillo por temas fiscales que, por lo visto, importan más a la cúpula de los empresarios que la enorme corrupción.

El Presidente recurrió a los medios del consorcio de Ángel González para ratificar que no renunciará. Horas antes, en medio de cínicas risas, la cara visible de ese consorcio, Luis Rabbé, había levantado la sesión para no dar espacio a que se fijara plazo a la comisión pesquisidora que tiene que dictaminar sobre el antejuicio a Pérez Molina, haciendo evidente un matrimonio que pasará factura.

Pero mientras esos errores también históricos ocurrían, la explosión de civismo de los guatemaltecos contra la corrupción alcanzó niveles sin precedentes por su magnitud en toda la República. No fue un movimiento capitalino como los que registra nuestra historia del siglo pasado, sino producto de que toda Guatemala, la profunda y la superficial según el Presidente, se hermanaron para reclamar por lo que ha significado el latrocinio en términos de robo de oportunidades de educación, de salud y seguridad para todo el pueblo.

Para que lo entiendan hasta los que gobiernan con mentalidad militar, el mensaje se lanzó y llegó FUERTE Y CLARO.

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