Hay grupos que, con apego al estricto sentido de la democracia, llaman a reflexionar bien el voto por lo que el sufragio puede significar en el cambio de rumbo de una sociedad. Sin embargo, hay que entender que la nuestra no es una verdadera democracia ni vivimos en condiciones de normalidad porque está demostrado que el problema no es de quién resulte electo sino de un sistema que no funciona para el cumplimiento de los fines esenciales del Estado.

Nuestro orden constitucional surge, según los mismos constituyentes, de un pacto social que antepone a la persona humana y que organiza un Estado para asegurar a los habitantes de la República el ejercicio de sus derechos, la libertad y la seguridad en el marco del bien común. Todo ese orden constitucional quedó hecho pedazos, roto pues, cuando se produjo la siniestra alianza entre políticos y sus financistas que puso al Estado al servicio del enriquecimiento ilícito. Con decir que el Estado no puede garantizar la seguridad, ni individual ni jurídica de nadie porque al alentar la impunidad corrompió a las fuerzas de seguridad y la administración de justicia.

No digamos el bien común, pisoteado por ejemplo por los vendedores de medicinas que tienen a los hospitales desabastecidos porque el sobreprecio de los medicamentos es de gran calibre. O porque los pícaros funcionarios firmaron pactos colectivos que dejan sin recursos al paciente.

En ese orden votar por Juana es lo mismo que votar por Chana porque un nuevo gobierno será nada más que el continuador del sistema corrupto, sea quien sea el ganador de los comicios. Es decir, mi voto no decide absolutamente nada con respecto al futuro del país y eso lo hemos sabido desde hace tiempo los chapines, por más que sean aún muchos los que se disponen a hacer colas o a dejarse llevar en el acarreo que tienen ya montado los candidatos en contienda para garantizar el flujo de votos que les abra el arca de los recursos del Estado para repartirlos con sus financistas de campaña.

La OEA envió esta vez a su mejor carta como observador electoral, el doctor Juan Pablo Corlazzoli, quien conoce a Guatemala al dedillo y mejor que muchos guatemaltecos. Él sabe perfectamente qué sociedad encontrará en el curso de su misión de observador y entiende lo que estamos diciendo porque hace años entendió nuestra incapacidad para manejar el posconflicto interno. Y, como él, hay muchos que se preocupan por nuestro destino que, a juicio nuestro en La Hora, no está ligado a un voto que no decide nada.

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