Para quienes creían que el país no podía hundirse más de lo que ya estaba, la reciente elección de un magistrado para la Corte de Constitucionalidad es una muestra de que, aunque parezca increíble, podemos seguir hundiéndonos más en la porquería porque el cinismo no tiene límite y menos la voracidad de quienes quieren exprimir al sistema mientras de para seguir cobijando la corrupción y la impunidad. La Corte de Constitucionalidad pasó hace rato a ser un instrumento del sistema, aunque tambaleó esa posición cuando eligieron a Alejandro Maldonado como Vicepresidente, dejando un gran vacío en el pleno comprometido.

El Congreso no tuvo recato alguno para demostrarle al pueblo que van por todo y que harán lo que haga falta, sobre todo ahora que cuentan con el apoyo de gente como Joviel Acevedo, en el compromiso por arrasar con quien tenga la osadía de oponerse a un sistema tan lucrativo que les ha permitido a tantos obtener beneficios impensables en condiciones de legalidad y respeto a las normas.

La Corte de Constitucionalidad será el último reducto del sistema y en ella se estrellará todo esfuerzo cívico decente por rescatar un sistema que fue prostituido. Por supuesto que cuando el tiempo llegue de pasar facturas a los corruptos y a los protectores de la impunidad, la Corte de Constitucionalidad pagará las consecuencias de lo que han hecho esos magistrados que dieron la espalda a la ley, a la misma Constitución y a la decencia, para ponerse al servicio de esa tremenda clase política que se erigió en Guatemala para sacarle raja al erario, para beneficiarse de cuanto negocio se les pueda ocurrir, aunque ello sea a costa de la miseria, de la pobreza y hasta de la muerte de los guatemaltecos más desamparados que ni tienen acceso a la salud, no digamos a la seguridad.

Esa Corte, como todas las instituciones del país, carga con el lastre que causa el mal uso que de ellas hacen quienes tienen la responsabilidad de dirigirlas. Desde las Comisiones de Postulación hasta la misma Corte de Constitucionalidad, todo se ha pensado con la intención de evitar los abusos, de garantizar a los ciudadanos la eficacia del Estado, pero resulta que la perversidad hace que, hecha la ley, hecha la trampa y tristemente no son pocos los togados, los hombre que se forman en las ciencias jurídicas, que se prestan a los juegos que deforman la institucionalidad en el país.

Esta no es una mancha más al tigre. Es una bañada en porquería, cuya hediondez terminará matando al mismo tigre.

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